Capítulo 63

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Rhodey no pensaba admitirlo, pero la compañía de Sam le ayudaba. Le daba su espacio y a su vez le aportaba un entorno ordenado y cómodo que le permitía, poco a poco, volver a organizar sus sentimientos.

Quizás porque Sam, como antiguo miembro de las Fuerzas Armadas, sabía tan bien como él lo que suponía lidiar con la pérdida en el combate. Ver como amigos y compañeros podían sucumbir fácilmente en la guerra. Sin importar que estuvieras a su lado, sin importar cuanto corrieras en su dirección para salvarles, no llegarías a tiempo. Rhodey ya estaba imaginando sin parar ese final, y no importaba cuánto estirara la mano para alcanzarlo, en su mente Tony parecía haberse convertido ya en polvo. El pensamiento le resultó tan aterrador, tan doloroso, que el corazón pareció estar a punto de bloquearle la garganta.

Sam lo observaba de soslayo, realmente adivinando los pensamientos de Rhodey, mientras los dos observaban el traje. Sam sabía que el traje estaba en perfecto estado. Stark había estado trabajando en él, ya no solo con la idea de darle a Rhodey una nueva Máquina de Guerra, sino de darle una defensa tan fuerte que lo que ocurrió durante la Guerra Civil no podría volver a pasar. Sin embargo, también entendía lo que pretendía Clint al enviarlo con él, al separar a Rhodey y a Pepper por un rato.

—Estaría bien que Viernes le diera un último revisado a todo el sistema interno —dijo Sam como quien no quiere la cosa—, mientras tanto, aprovecharé para darle un par de cambios a mis alas.

Rhodey asintió sin apartar la vista de la armadura y Sam se sentó en la mesa del taller común que tenían en el Complejo. Era espacioso, bien iluminado y equipado con la última tecnología. Sam no podía estar más agradecido con que a Stark se le hubiera ocurrido instalar un taller más aparte del suyo. La excusa de revisar el armamento no habría funcionado igual si hubieran tenido que operar en el mismo sitio en el que los habían secuestrado a todos.

—¿Recuerdas el incidente del secuestro de Tony? En Afganistán —preguntó Sam, sin desviar la mirada de las herramientas que estaba usando.

—Sí, lo recuerdo —contestó Rhodey, irritado.

—Estuvieron a punto de mandarme en la misión de búsqueda.

Rhodey alzó la mirada, interesado, aunque no dijo nada.

—Al final no me destinaron, pero eso no quiere decir que no estuviera atento a lo que estaba sucediendo. Cómo el Coronel Rhodes estaba removiendo hasta la última duna en busca de Tony Stark... —Lo que Sam no dijo es que había sido en ese momento en que había comenzado a seguir la pista de las hazañas del Coronel con admiración—. Todo el mundo lo daba por muerto, pero tú persististe. Estabas seguro de que él seguía vivo y tenías razón.

Rhodey emitió una desganada risa baja. Aquellos días habían sido lo peor, una tortura continuada que estuvo a punto de volverlo loco.

—Estaba hecho un completo desastre —recordó Rhodey.

—Sí, pero vivo. Se las ingenió para escapar de aquel lugar con sus propios pies.

—En ese momento no estaba debilitado por un embarazo que por poco lo destroza.

—No, estaba malherido por haberle alcanzado una tromba de metralla y haber tenido que sobrevivir con un boquete mecánico en el pecho —dijo Sam, colocando las alas sobre la mesa y clavando su mirada serena en Rhodey—. No olvides de quién estamos hablando. Antes me nacen alas de verdad que ver a Tony Stark rendirse.

Quien se rindió fue Rhodey, que empezó a reírse hasta que le dolió el estómago. Aunque no era una risa de diversión, sino de liberación. Sam lo miró con la ceja alzada, sin entender.

—Quién diría que le tienes tanta estima a Tony.

—Nah —chistó Sam, frunciendo el ceño—. Solo que mala hierba nunca muere.

Only a dreamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora