Capítulo 6

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 Verónica llegó a su nueva casa aún temblando. La profesora no había sido lo que se podía decir simpática. Y para colmo tenía una odiosa nota que tendría que llevar firmada por alguno de sus progenitores al día siguiente. Mierda.

Llamó al telefonillo. Ni tan siquiera tenía llaves de su nueva casa. Sus padres se habían asegurado de cortar sus alas, y de raíz. Sonrió para si misma. Lo que había pasado en aquel baño hacía tan solo unas horas les pondría la piel de gallina a cualquiera de ellos. Y esa era su victoria. Su sonrisa se hizo aún más grande. Jaque mate papá y mamá. Ni tan siquiera vosotros podéis separarme del amor de verdad. Verónica se miró en el espejo de la entrada después de que su hermano Víctor le abriese la puerta de entrada apretando un botón y ella entrase en el portal. Vivían en un piso. Con vecinos por todos lados y con paredes que calaban las voces como el cigarro producía humo. Las voces pasasen a través de ella a todas horas. La chica puso los ojos en blanco al pasar por la casa de sus vecinos. Había escuchado demasiadas cosas de sus vecinos de al lado, y sin pretenderlo volvía a hacerlo al avanzar hacia su casa. Como todas las peleas que tenían por quien se duchaba primero porque al parecer tanto el padre como la hija habían decidido ducharse a las nueve en punto y se peleaban por ver quien entraba antes en el baño. O las protestas del hijo al que Verónica echaba en su cabeza unos veinte años que se quejaba por tener que comer verduras o porque su madre no le diese dinero. En aquel tiempo había conocido y llegado a odiar la voz de su nueva vecina, y eso que ni tan siquiera era capaz de ponerle cara. Ni a ella, ni a nadie de su familia. Los vecinos del primero B eran totales desconocidos para la chica, pero aún así oía todas sus conversaciones de lo alto que hablaban. Su casa era el primero C. Vivir en un primero era algo que a la chica no le gustaba. No soportaba escuchar los pasos de sus vecinos de arriba, pero su padre, obsesionado con la seguridad, veía el primer piso el mas seguro de todos por su en algún momento debían de salir corriendo.

Verónica observó su reflejo en el cristal. Era un espejo rectangular y muy largo, colocado de forma horizontal a lo largo del pasillo de entrada. La chica del espejo contaba otra historia distinta a la que había visto esa misma mañana en el espejo del baño del instituto. Volvía a reconocerse. Se sonrió a sí misma, pensando que no podía entrar con esa cara de felicidad en su casa. No con sus padres al acecho. Intentó ponerse seria y triste, pero el brillo de emoción que David dejó tras su partida aún seguía ahí. Lo quería. Lo quería tanto que había veces que le dolía su ausencia. Aunque a diferencia de hacía unas horas, ahora sabía que iba a volver. Y que ni tan siquiera sus padres podrían evitarlo. Se relamió los labios, feliz, y empujó la puerta que su hermano había entreabierto para ella. Saludó a una vecina del primero A, que estaba en el portal antes de entrar y esta se le quedó mirando extrañada. No le devolvió el saludo y se lo tenía bien merecido. Había ignorado los saludos de esa vecina desde que se mudaron a aquel horrible piso en ninguna parte. Se había sentido como un auténtico zombie como para que encima hubiese tenido que entretenerse en saludar a alguna vecina. La primera vez que la vio la ubicó como esa vecina odiosa que era demasiado cotilla. Como la señora Mirandez, su anterior vecina cuando aún vivía en su querida y preciosa casa en medio de una perfecta urbanización. Apretó los labios. El pensar en eso le había dado un motivo para entrar con cara de cabreo, tal y como llevaba haciendo muchos otros días.

-Hola.-saludó al entrar.

Su hermano corrió hacia ella y la abrazó. No había mal momento que él no la ayudase a superar. Víctor había sido algo así como su pilar, él único que tan sólo con su presencia le había hecho ver que la vida no era tan mala, aunque le faltase lo que más quería. Verónica le devolvió el abrazo y le dio un beso en la mejilla. Él se separó de ella y le dirigió una mirada de ojos brillosos. Admiraba mucho el brillo que el pequeño tenía desde que era un bebé en los ojos. La vida era bonita cuando se reflejaba en él. Dejó la mochila en la entrada, como llevaba haciendo toda la semana pasada y la anterior, fingiendo que aún odiaba la vida. Como si un mero segundo con David no bastase para endulzársela toda una semana. Cerró los ojos y reprimió un suspiro. Deseaba volver a verlo con todo su ser.

CIUDAD DE BARRO© |TERMINADA| (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora