Capítulo 8

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 Verónica se tumbó en la cama. No le permitían salir ni hacer absolutamente nada de lo que podía hacer en su anterior vida. Era como ser prisionera de sus padres, y odiaba esa sensación porque quería a ambos con toda su alma. Aunque no la entendiesen. Estaba plenamente agradecida con David. Sabía que las cosas podrían haber acabado de una forma totalmente distinta aquella noche, pero él supo controlarse y gracias a eso sabía que aún tenía una oportunidad. Aunque le hubiese pegado varios puñetazos a su padre, una parte de ella pensaba que se los merecía. Aún no había perdonado a su madre por la cachetada que le dio, pero no podía vivir con el odio en su corazón hacia la persona que en parte le dio la vida.

Había salido una nueva grieta en la pintura por la humedad. Así era como pasaba las horas, limitándose a mirar la pared del techo y a ver sus cambios. No tenía humor para estudiar, ni para leer, ni para hacer nada de lo que le gustaba hacer antes de conocer a David. Metió la mano debajo de la almohada y sacó la foto del chico y la chica en la cama. Algún día estaremos así. La caligrafía de David la hizo sonreír, nostálgica. Jamás habría pensado que haría el amor en el cuarto de baño de un instituto pijo con el chico de sus sueños. Apretó las piernas una contra otra, doblándolas. Aún era capaz de sentir su cuerpo y eso lograba hacerla perderse aún mas. Lo echaba de menos, pero sabía que tenía que centrarse en seguir viviendo su vida sin él hasta poder estar con él sin ningún pero. Dicen que no hay distancia entre las personas que se sonríen al pensarse, y eso era lo que ambos hacían cuando pensaban el uno en el otro. Verónica se llevó una mano al flequillo y se lo peinó hacia abajo, aunque la gravedad de estar tumbada en la cama lo tirase hacia los lados.

Ese momento en el baño. No era capaz de sacárselo de la cabeza. Había sido increíble. Aún así, lo que más le había gustado de todo lo que le había pasado esa mañana, era que estaba decidida con todo su ser a absorber todo lo que David le enseñase. Quería aprender a defenderse. Quería poner patas arriba el mundo de David de la misma forma en la que él había puesto el suyo. Quería que se enorgulleciera de ella y quería apoyarlo en sus planes. Eso al fin y al cabo era lo que sentía que la hacía feliz. Aunque también era totalmente capaz de ser feliz por si misma, había elegido serlo aún más con él, aunque para ello tuviesen que superar varios obstáculos.

Su padre había querido hablar con ella en mas de una ocasión, pero ella le había hecho ver que no era bien recibido en su pequeño nuevo cuarto. Aún así, no se daba por vencido. Lo escuchó llamar a la puerta, y supo que era él. Siempre daba dos golpes. Pedro nunca necesitaba dar mas de dos golpes.

-¿Verónica?

De nuevo el control de que todo esté en orden.

-Presente.-dijo con sorna.

Estaba agobiada de que la controlasen cada segundo. Lo escuchó entrar en su cuarto y se quedó muy quieta, mirando el techo pero sin verlo realmente. Por su mente cruzó el recuerdo de su padre queriéndola llevar a un psicólogo por tener según él el síndrome de estocolmo con David. Ella no pudo evitar elevar las cejas, con algo de suficiencia. Era extraño, nunca antes habría usado ese gesto con nadie, y ultimamente, lo hacía demasiadas veces, pero al fin y al cabo, ¿qué sabría su padre de un síndrome psicológico como aquel?. Nada. Hacía ya tiempo que Verónica había memorizado muchos síndromes comunes que sufrían las personas. Había usado el psicoanálisis con muchas personas, y había sido capaz de entenderlas y de demostrarles que si la dejaban ella estaba ahí para ellos. La mente le parecía algo increíble y con un gran poder, pero había tardado muy poco en darse cuenta de que su padre era un hombre testarudo con el que la psicología no funcionaba en absoluto. No se puede cambiar a quien no quiere cambiar, sólo apoyarlo y quererlo en la medida de lo posible.

CIUDAD DE BARRO© |TERMINADA| (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora