Capítulo 38

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La puerta de entrada se abrió unos minutos mas tarde. Pedro salió de la cocina con el teléfono aún en la oreja y vio como Verónica entraba en el piso y dejaba las llaves colgadas detrás de la puerta. Violeta le había dejado sus llaves solo durante el tiempo que estuviese fuera esa tarde. Pedro y Violeta intercambiaron una mirada. La mujer pelirroja le lanzó esa clase de mirada en la que se pide perdón. Él asintió con la cabeza y obvió el hecho de que su mujer le hubiese dejado sus llaves. Pedro quería a Violeta. Casi siempre lo había hecho.

-Hola.- saludó Verónica.

Su madre le sonrió y su padre le dedicó una mirada de soslayo antes de volver a la cocina. Víctor se fue hacia ella y la abrazó, y Verónica agradeció en el alma aquel abrazo. Se sentía rota por dentro y ni tan siquiera sabía si tenía o no motivos para estarlo. Había dejado que otro chico que no era David la besase. Aún sentía los labios de Rubén sobre los suyos y lo peor de todo era que no sabía en que momento había abierto su propia boca y lo había dejado avanzar por ella. Rubén había dicho en voz alta todos sus miedos. Los había materializado en algo real. En algo que no estaba solo en su cabeza. Verónica llegó a su habitación y se encerró en ella.

Había sido difícil disimular que estaba bien ante su familia, pero ahora que estaba en su habitación se daba cuenta de que lo más difícil iba a ser contarle todo aquello a David. Su móvil vibró y por primera vez una parte de ella deseaba que no fuese David. Quería aplazar todo lo posible aquella conversación.

¿Qué iba a decirle? Por muy aturdida que se quedase ante las palabras de Rubén podría haberse apartado. ¿Cómo reaccionaría ella si David besase a otra chica? ¿O si dejase que otra chica la besase? Veía aquello tan poco probable que le entraron náuseas. David jamás haría eso. Era fiel.

Verónica reprimió una arcada y se llevó la mano al estómago, que poco a poco volvió a calmársele. Por mucho que tratase de ser racional y de centrarse en otras cosas, no podía quitarse la sensación de que se estaba ahogando. Le faltaba aire. No había excusa. Ni tan siquiera debería de haber ido al cine.

Todos aquellos pensamientos fluían por su cabeza, una y otra vez, golpeándola cada vez mas y mas fuerte. Le encantaría poder llamar a David, pedirle que fuese a verla o quedar en alguna parte. Aún tenía el número desde el que le mandó el mensaje en el hospital, pero la chica sabía que no era seguro hacer eso. ¿Hasta cuándo iba a durar aquello? El necesitarlo y no saber ni tan siquiera dónde estaba o si estaba bien. No quería saber lo que hacía o lo que dejaba de hacer. Confiaba en él lo suficiente como para que eso no le preocupase. Tan sólo necesitaba saber si estaba o no bien. Y si la perdonaría.

El mundo entero parecía dar vueltas y los hombros le pesaban. Sin saber por qué volvía a tener mucho frío. Esa clase de frío interno capaz de arrancar las entrañas de cualquier persona. La culpa tal vez fuese uno de los peores sentimientos que podían existir, y parecía arañarle el corazón como si fuese escarcha.

Ahogó un sollozo con la almohada y siguió llorando en voz baja. Y siguió haciéndolo hasta unos minutos después, cuando alguien llamó a su puerta. ¡Por favor, que no sea Rubén!, pensó, ¡Por favor, que no se haya atrevido a seguirme hasta casa!

Sin saber cómo, la culpabilidad dio paso a la rabia. Rubén no tenía permiso para seguirla. Por mucho que hubiese tratado de hacerlo durante el camino de vuelta. Por mucho que ella hubiese corrido huyendo de él, hasta tal punto que un transeúnte le preguntó si estaba bien, si ese chico de las gafas la estaba molestando. Ella había negado con la cabeza y con los ojos húmedos y había seguido avanzando veloz por las calles, sin hacer caso a la voz de Rubén que aún retumbaba en su cabeza y ponía alerta todos sus sentidos.

De nuevo alguien volvió a llamar a la puerta de su habitación, y esta vez, entró sin esperar respuesta. Verónica contuvo el aliento.

Impaciente, su madre había abierto la puerta antes de que ella le diese permiso para pasar. ¡Menos mal, no era Rubén!

La chica se levantó de un salto y le dio la espalda, fingiendo que estiraba la colcha de la cama. Violeta se quedó en la entrada y la observó. Verónica estaba demasiado tensa como para engañar a su madre.

-¿Estás bien?

Verónica asintió con la cabeza, pero su madre se acercó y la vio con los ojos llorosos y rojos.

-Verónica, ¿qué me ocultas?

La chica se giró hacia ella, molesta y sintiendo cómo el mundo podía con ella.

-¡Nada!, ¿por qué siempre estas a la defensiva conmigo a la más mínima?

Su madre apretó los labios. Llevaba un traje en color verde de vuelo y una botas negras. Verónica se fijó en que esas botas eran las mismas que ella le había pedido que le dejase el año pasado en múltiples ocasiones y que su madre se había negado a ello.

-Por todo lo que has hecho.-le reprochó su madre.

Verónica se llevó una mano a la cabeza, tratando de calmarse. Necesitaba apretar algo con los puños.

-¡¿Qué he hecho mamá?! ¿Enamorarme? ¿Crecer?

Parecía que los ojos de Violeta iban a salírsele de sus órbitas cuando la mujer se llevó una mano a la boca.

-Aun lo quieres.-dijo asustada.

Verónica no supo si fue una réplica, una pregunta, o si de hecho estaba hablando consigo misma, lo que sí supo, es que aquella frase había aterrorizado a su madre. 

Hola preciosas, este es un capítulo doble y enseguida subo el siguiente. Un abrazo enorme y gracias por leer. Sois geniales. 

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CIUDAD DE BARRO© |TERMINADA| (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora