Capítulo 112

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Gabriel

No lo dudé, si tuviera que repetir mil veces esta acción, en todas esas veces hubiera frenado sin importar perder la carrera.

Bajé del auto, y sin escuchar ningún ruido a mí alrededor caminé hacia ella. Tenía que admitirlo, quería matarla en ese momento, pero tenía otro deseo, y ese era más fuerte que cualquier otro que se me hubiera pasado por la mente en ese instante.

Me miro desafiante, y me encantaba esa mirada.

—Debería matarte—me dijo molesta.

—También debería hacer lo mismo contigo.

La tomé del cuello, y la acerque bruscamente hacia mí para besarla. Era la primera vez que un beso me causaba más pasión que cualquier otra cosa.

No deje de besarla, nuestro beso se volvió cada vez más intenso, y los gritos de las barras nos envolvían en un sentimiento difícil de describir. Nos aplaudían, y gritaban 17 como si hubiera sido yo quien hubiese ganado la carrera.

Deje de besarla, colocó su frente junto a la mía, y no pude evitar sonreír.

—Bien hecho 17—dijo Víctor acercándose—. Bien hecho.

Abrase a Jane y sin parar de sonreír mire al grupo que me había aceptado como si fuera uno de ellos.

—De haber sabido que era tu novia no hubiera intentado coquetearle en la cafetería—comento Alonso sonriendo.

Me reí, y Jane también lo hizo.

—Hey 17—me dijo Víctor—. Lo has hecho bien hoy, por que mejor no vas a casa y pasas un bonito momento con tu novia.

Le di un beso en la mejilla a Jane, y tomando sus piernas la cargue en mi hombro como si se tratara de un premio que acababa de ganar. Los gritos de las barras sonaron más fuertes al ver cómo me llevaba a Jane.

Me sentía el mejor, me había ganado un lugar en este pueblo, uno en el que se me respetaba, y además, tenía una novia con un carácter inimaginable que solo yo podía controlar.

Llegamos a casa, y sin encender la luz la acosté en el sofá, y sin decirnos ni una sola palabra nos desvestimos de una manera brusca, como si el deseo que nos teníamos hubiera estado retenido en nosotros por mucho tiempo.

Las noches en ese pueblo eran frías, pero el sudor y calor de nuestros cuerpos al frotarse hacían el frio inexistente. Tome su mano, y por ningún instante la solté. Empezaba una nueva vida, y no quería que terminara.


Helena

Baje del auto, y siendo firme al caminar, me adentre a la gran empresa que Nathaniel tenía en su poder.

Los trabajadores me saludaron con el mismo respeto que la primera vez que pise esta empresa. Entre al asesor, y luciendo un corto vestido negro llame la atención de todos los que me miraban.

Esta vez, después de tanto tiempo me maquille y me vestí de manera elegante, con la única intención de mostrarle a mi complicado esposo quien era la clase de mujer que había tomado como esposa.

—Helena—dijo al verme dentro de su oficina—. ¿Qué quie...

Lo interrumpí.

—Tu y yo tenemos algo importante de que hablar—me cruce de brazos.

—Siéntate—me ordenó mientras se apoyaba a en su escritorio.

—No Nathaniel—le dije firme colocando mi bolso sobre su escritorio—. Tú siéntate.

Se apartó del escritorio y sin quitarme su fría y profunda mirada tomó asiento en el sofá, mientras que de la misma forma que él me apoye en su escritorio cruzándome de brazos.

— ¿Qué es lo tan importante que tenemos que hablar?—me preguntó.

—Primero que nada Nathaniel, harás que mi hijo, tu único hijo varón, regrese a su casa.

Me miro serio y confundido, y queriendo levantarse del sofá intento hablar, cosa que impedí tomándolo de los hombros y haciendo que volviera a tomar asiento.

— ¿Qué tratas de decir Helena?—me preguntó tratando de intimidarme.

—Lo que escuchaste Nathaniel—le dije con la misma intención que él—. Quiero a mi hijo de vuelta. Creo que aún no te enteras.

— ¿Enterarme de qué?

—Tú no tienes otro hijo aparte del que ya tienes. Gabriel, es el único hijo varón que engendraste.

—¿Qué hay de...

—Alex, es hijo de mi mejor amiga Camila. Ese tema ya no te incumbe, así que te sugiero que hagas hasta lo imposible por arreglar nuestra fracturada familia.

Diciendo esto, tomé mi bolso y salí de la oficina de Nathaniel, quien aún permanecía sentado en su cómodo sillón de cuero.


Alex

Había obtenido el apellido que ahora mi tío me había otorgado, junto con el de la mujer que me había tratado como si fuera suyo desde el primer momento que me tuvo en brazos.

Tal vez este no era el momento para pensar en ello, pero por parte de mis dos familias ahora tenía el honor de proclamarme heredero de cada una de ellas. Mi tío me había llevado a conocer su empresa y a presentarme como miembro de su familia. Era agradable sentirme aceptado por os trabajadores, pero aún no había llegado el momento de presentarme a mis abuelos. Del solo pensar que me pusieron en adopción, no podía imaginar la expresión de sus caras al verme.

Estando en la terraza de la empresa y tratando de apartar la idea de mis abuelos de mi mente trate de céntrame en cualquier otra cosa que veía desde arriba.

— ¿Pasa algo?—me preguntó mi Tío—. ¿En qué piensas?

—Quiero que vivas conmigo.

— ¿Cómo?

Le sonreí.

—Quiero que vivas en la misma casa que mi madre y yo.

Se tomó un tiempo para pensar, pero sabía que la idea de tenerme cerca le agradaba más que cualquier cosa.

—No creo que tu madre consienta esa petición.

—No te preocupes, de eso me encargo yo.


Maldita SensaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora