Capítulo 31 "¿Fiesta?"

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Rubén P.Q.V

Después de perseguir a Andrea durante diez minutos sin que ella lo notase, la había perdido de vista. Me di cuenta de que no sabía dónde estaba, así que volví sobre mis pasos, pero me perdí.

Más furioso que nunca, me acerqué a un bar para preguntar por el parque y me dijo que estaba a media hora andando, así que pregunté por un taxi, pero por aquella zona no conducían. Resoplé molesto y le di las gracias al salir del bar.

Ahora estaba caminando hacia el parque de nuevo maldiciéndome por no comprar un coche. Pero mi vagancia superaba a las ganas de conducir. Eran las nueve y el sol empezaba a ocultarse por el horizonte. Cualquier otro día habría disfrutado con aquel espectáculo de la naturaleza llamado atardecer, pero ese día estaba siendo increíblemente troll conmigo.

Estaba especialmente enfadado con Andrea, encima que quería ayudarla me lo paga yéndose de esa forma, sin ni siquiera darme las gracias. Me preocupo por ella y... En fin, no sabía en qué pensar. Sabía que hacerme amigo de una fan de 14 años no había sido una buena idea, era demasiado pequeña para entender unas cosas pero mayor para otras... Estaba en esa edad en la que eres un niño y un adolescente, por una parte la entendía, pero aún así... Sin embargo, no me arrepentía del todo de haber sido su amigo. Cuando la conocí vi en sus ojos algo extraño pero atractivo, y aún seguía viéndolo, mas no sabía lo que era.

Pateé una piedra que llegó a una zona arenosa. Fruncí el ceño extrañado y me percaté de que ya había llegado al parque. Por fin.

Caminé hacia el otro extremo y llamé a un taxi. Al ver que el coche blanco aparcaba en frente mío, suspiré aliviado.

En viaje me lo pasé escuchando música. Al llegar a mi calle, pagué al conductor y salí, haciendo que una agradable brisa me golpeara la cara. Subí a mi casa y nada más entrar, dos gatas se acercaron a mí.

—Hola, pesadas. ¿Me habéis echado de menos?—la verdad es que sólo había estado fuera medio día, pero bueno.—Sí, sois muy monas.—dije al escuchar un maullido de Hachi.

Me dirigí a mi habitación y me puse la camiseta que usaba para dormir. Eran las diez, pero pensaba quedarme hasta tarde editando vídeos.

Fui a la cocina y me cociné unos filetes con patatas. Mientras comía, Mangel me llamó.

—¡Mahe!—exclamé.

—¡Rubiuh!—respondió.

—¿Para qué me llamas?—pregunté mientras me comía una deliciosa patata frita.

—Es que se me había ocurrido que podríamos hacer una fiesta para Andrea...—casi me atraganto con el agua.—¿Qué ha pasado?

—Nada.—me apresuré a responder.—Pero... ¿por qué quieres hacer una fiesta?

—¿Cómo que por qué? Pues porque ha salvado a su tía de la muerte, ¿te parece poco?—dijo un poco molesto.

—¿Qué?—cuestioné confuso.—¿Pero no estaba en coma?

Escuché cómo Mangel carraspeaba nervioso.

—Sí... La han llamado esta tarde para que fuese al hospital, ya que pensaban que ella sería un estímulo que podría despertar a su tía, y lo ha hecho... ¿No te lo ha dicho?

—Pues no.—dije enfadado.—Y no pienso hacer una fiesta para ella.

—Pero...—protestó.

—Adiós.

Y corté la llamada. Sabía que había sido injusto con Mangel, él no tenía la culpa, pero cuando me enfadaba, lo hacía con todo el mundo.

Me levanté furioso y recogí lo que quedaba de mi cena. Me dirigí al salón y me puse a ver SAO, eso siempre me relajaba.

Mientras acariciaba a Hachi, varias preguntas rondaban por mi cabeza.

¿Por qué no me había dicho nada Andrea? ¿A caso seguía enfadada? Y si es así... ¿por qué? Me preocupo por ella, nada más, es libre de hacer lo que quiera, siempre que sea con cabeza.

Finalmente, cogí el móvil y le mandé un mensaje.

Me sentí mucho mejor, incluso me imaginé su cara al leerlo. Reí y me acomodé en el sofá, a la espera de una respuesta de la chica.

Andrea P.Q.V

Después de media hora esperando resultados, decidimos irnos a casa, pues estábamos agotados, pero por lo menos pudimos volver con la certeza de que mi tía se iba a despertar.

Llegué a eso de las diez y, nada más entrar, mi padre corrió a mí y me abrazó. Eso me desconcertó un poco, pero luego me dijo que era porque estaba orgulloso de mí por haber sido capaz de despertar a una persona del coma, encima a mi tía. Le sonreí dulcemente, pero estaba cansada, no tenía ganas de hablar.

Tampoco tenía hambre, pues tantas emociones siempre me quitaban el apetito, así que me preparé un colacao con galletas.

Mientras estaba “cenando” y viendo Modern Family, recibí un mensaje. Fruncí el ceño al ver que era de Rubius, y lo abrí.

“Gracias por contarme lo de tu tía, es bueno saberlo. Al fin y al cabo, nos contamos todo, ¿no?”

«Mierda» pensé. ¿Cómo lo sabía?

La respuesta me llegó en una notificación indicándome que Mangel había subido un nuevo vídeo.

Claro, ¿cómo no? Los dos inseparables amigos que se contaban todo. No tenía que habérselo dicho. Aunque a lo mejor él pensó que también se lo había contado a Rubén.

Es igual. Creía que podía controlar mi vida, y no era así. Y sólo había una manera de demostrarle que yo era dueña de mi vida:

ignorarle.

La revolución (ElRubiusOMG)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora