Capítulo 33 "El perdón "

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Llegamos al hospital y preguntamos por la madre de Rubius. La recepcionista nos dijo amablemente que se encontraba en a habitación 37.

Yo sabía que estaba en esa misma planta, pero Mangel insistió en que era en la segunda planta. Traté de convencerlo, pero era muy cabezota.

—Ay, pues sube tú arriba y si encuentras la habitación, me llamas.—dije, ya cansada de discutir.

—Vale, tú busca en esta planta si quieres, pero no la vas a encontrar.—contestó burlón.

Le miré desafiante.

—¿Quieres apostar?—pregunté con los ojos entornados.

—Vale, ¿el qué? —dijo seguro.

Me puse a pensar. Estaba segura de que iba a ganar, así que tenía que pensar bien en lo que quería apostar.

—¿Un coche?—cuestioné en broma.

—Venga, vale.—respondió, también de coña.—No, venga, ¿unas oreo?

Tentador... me encantaban las oreo...

—Pero doble crema. ¿Hecho?—extendí la mano y Mangel me la estrechó.

—Hecho.—dijo con una sonrisa.

Acto seguido se dio la vuelta y subió por las escaleras. Miré graciosa el cartel que indicaba que la sala 37 estaba por la derecha y me dirigí hacia ese pasillo.

Encontré la sala, pero no me atrevía a entrar. Ojalá Mangel estuviese conmigo. ¿Y si entraba y Rubius me echaba? ¿O interrumpía algo importante, como que estuviesen tratando de devolver a la vida a la madre de mi amigo?

Tragué saliva. Di un par de golpes suaves a la puerta, pero nadie me abrió. Acerqué la oreja a la puerta, pero no se oía nada.

Me armé de valor y abrí poco a poco la puerta blanca.

Dentro me encontré con una escena muy tierna: Rubius sentado en una silla y durmiendo sobre sus brazos en la camilla al lado de su madre, quien estaba conectada a una máquina que indicaba sus latidos. Eran débiles pero regulares.

Me acerqué sigilosamente a Rubén. Parecía un ángel, con su blanca cara y sus labios carnosos. Había llorado, pues en sus mejillas había un hilo brillante, procedente del paso de las lágrimas.

Sonreí sin querer. No quería despertarle...

De repente, escuché unos pasos rápidos que se acercaban hacia donde estaba. Miré por la puerta y apareció Mangel con la cara llena de sudor.

—¡Aquí est...!

Siseé, interrumpiendo lo que iba a decir. Me miró extrañado, y yo señalé a Rubius.

El catalán se acercó a mí mirando a su amigo.

—Mangel, cállate.—susurró Rubén, aún medio dormido.

Le di una colleja a Miguel por gritar, y este se acarició la nuca dolorido.

—Rubiuh...—se acercó a él y le dio un par de palmadas suaves en la espalda.

Poco a poco el youtuber fue abriendo los ojos y despertándose. Al encontrarse con la cara de Mangel enfrente suyo, sonrió.

—Has venido...—dijo estirándose.

—Por supuesto, para eso están los amigos.—respondió el otro sonriendo.—Pero no he venido solo...

Me tensé. Era la hora de disculparse.

El moreno se retiró de la zona de visión de Rubius, haciendo que este pudiese verme. La sonrisa que tenía desapareció cuando le saludé con la mano.

—¿Qué haces aquí?—preguntó sorprendido.

—Bueno... Estás pasando por un mal momento y los amigos de apoyan los unos a los otros... He venido para tratar de animarte.—dije, no muy convencida de lo que había dicho.

Al ver que no respondía, recurrí a lo único que me quedaba para recuperarle: disculparme.

—Lo siento mucho, Rubius.—dije con voz triste.—Ya sabes como soy, me gusta controlar mi vida, en cuanto alguien se preocupa por mí... me pongo histérica y pierdo el control...—inspiré hondo para seguir.—Ya me conoces lo suficiente como para saber que tengo demasiado orgullo, y que nunca doy el primer paso para arreglar una discusión... excepto contigo.—le miré fijamente a los ojos.—No me gustaría perderte como amigo... Eres genial, siempre me ayudas y me haces reír en mis peores momentos... Llevamos sólo un día peleados y ya te echo de menos.—se me empañaron los ojos. Estaba diciendo más de lo que pretendía decir.—Perdóname, por favor...

Rubius seguía sentado. Me miró a mí y después al suelo, mordiéndose el labio inferior.

No respondía, así que supuse que no me iba a perdonar. Bajé la cabeza derrotada y me di la vuelta dispuesta a irme, pero una mano me agarró de la muñeca.

Me giré poco a poco y me encontré con unos ojos marrones verdosos mirándome. También estaban empañados.

—Andrea, espera...—suspiró.—Te perdono.

Esas dos palabras resonaron dentro de mí como si de una melodía se tratasen.

Sonreí débilmente.

—Gracias.—agradecí.

Me miró como nunca me había mirado: con un infinito cariño.

Se acercó más a mí y me rodeó con sus brazos. Obviamente, yo le correspondí el abrazo. Aunque era bastante alta para mi edad, me sacaba una cabeza, con lo cual estaba apoyada en su pecho y podía escuchar sus latidos. Eran calmados y suaves. Cerré los ojos. Olía a Axe, y me encantaba ese olor. Me acerqué un poco más a él para disfrutar del abrazo. Aunque habíamos quedado muchísimas veces, ese era mi primer abrazo con él.

El primero de muchos.

Hace unos meses sufría porque pensaba que nunca iba a conocer a mi ídolo y ahora lo estaba abrazando.

Pero en todo momento feliz, tiene que haber un personaje que lo estropea todo, y ese personaje era Mangel.

—Bueno, ¿os separais o qué?—preguntó Miguel.

Con pena, me separé de Rubén, quien seguía sonriendo. ¿Es que nunca paraba de sonreír? Sus dientes eran perfectos...

Espera, Andrea, para. ¿Qué estás diciendo?

Sacudí la cabeza y me mordí el labio inferior.

—¿Qué tal está tu madre?—pregunté mirando a la camilla.

Aunque tenía los ojos cerrados, tenía un rostro amable, con unas pocas arrugas en las comisuras de los labios y alrededor de los ojos, muestra de que sonreía mucho.

Rubius se encogió de hombros. Su sonrisa había desaparecido.

—Creen que va a despertar, pero no estoy seguro...—su voz estaba rota.

Al escucharlo, Mangel se acercó a él y le rodeó el cuello con el brazo. El castaño miró un rato a su madre y agachó la cabeza, triste.

De repente, se me ocurrió una cosa.

—¿Has hablado con ella?—cuestioné.

Me miró extrañado.

—¿Hablar con ella?

Asentí con la cabeza.

—Yo hablé con mi tía y despertó del coma (aunque ya lo sabrás porque alguien te lo contó)—dije mirando acusadoramente a Mangel, quien agachó la cabeza avergonzado— y eso es mucho más difícil de conseguir, ya que tu madre está en estado de shock, no en coma.—indiqué.

Rubius miró dudativo a su madre.

Despacio, se fue acercando a la silla en la que se había dormido y se sentó. Cogió la mano de su madre y suspiró. Nos miró intensamente, y comprendí lo que quería decir.

Agarré a Miguel del brazo y lo llevé arrastras afuera, cerrando la puerta.

¿Funcionaría?

La revolución (ElRubiusOMG)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora