Daichi

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ota-san23

Nací en una pequeña aldea. Una muy tranquila donde todos se llevaban bien y se apoyaban entre familias, nadie peleaba ni había problemas de ningún tipo, todos se ayudaban mutuamente para sobrevivir. Al menos eso era lo que me contaba mi madre, pues desde que tengo memoria siempre se han alejado de nuestra familia.

No tenía amigos, nadie además de mis padres me hablaba, incluso pareciera que me huyeran, que buscaban ocultarse de mí. No he hecho nada malo pero quizás ellos actuaban así por creerme diferente.

Nací con dos orejas peludas sobre mi cabeza cuando todos ellos las tienen a los lados de su rostro y lampiñas. Además, por detrás llevo una cola al color de mis orejas, distintas tonalidades de gris. Mi madre siempre me vistió con chaquetas que tengan pelo en el cuello, en las mangas o en alguna parte para que si alguien preguntaba respondiera que es parte del atuendo, pero nadie jamás nadie preguntó pues mi padre dice que todos me vieron al nacer.

No siempre me ignoraron, a veces los niños me gritaban cosas como "chico perro", "pulgoso", "monstruo", "lobo feroz" o cosas parecidas y en ocasiones me incluían en sus juegos de guerras de lodo, pero siempre era el enemigo y todos los proyectiles iban contra mí. Mi madre me había dicho que no jugara con ellos, pues no sólo eran proyectiles de lodo sino que en ocasiones incluían piedras y ramas .

Mi madre me dijo que los ignorara cuando dijeran cosas malas, pues a ella también le solían decir cosas como que es "la novia de los lobos" o que le gusta andar en las jaurías. Ella siempre pasaba de los que hacen esos comentarios con la cabeza en alto, como si ellos no existieran.

En las noches, cuando me arropaba para dormir me abrazaba, besaba mi frente y me decía que era su niño especial, que no dejara que las palabras de los demás me hicieran daño. Sabía que lo decía de corazón, pero aun así no podía dejar de pensar en las duras palabras que tenía que escuchar a diario.

Lo peor comenzó cuando tuve la edad de aprender, primero podía pasar días enteros en casa pero en esa época debía ir todos los días a la casa de una mujer mayor que nos enseñaba todo para ayudar en la aldea y sobrevivir. Nos enseñaban herrería, agricultura, cocina, tareas domésticas, caza, exploración, medicina entre otras cosas.

Yo era malo en todo, todos se burlaban de mí y la mujer me regañaba y siempre murmuraba "Anhelo el día que no regreses a esta casa" y aunque yo también deseaba no volver a su casa mi padre me obligaba a ir.

Eran pocas las veces que podía ver a mi padre, parecía que hacía su mayor esfuerzo por no tener que verme. Además siempre me decía que era una decepción, que debía haber hecho algo muy malo para tener que ser castigado con un hijo como yo.

Al escucharlo hacía mi mejor esfuerzo por ser como los demás, pero nada me salía bien. Era tosco, ruidoso, arrebatado y con poca paciencia como para realizar correctamente las tareas que nos ponía a hacer la señora encargada de enseñarnos.

Un día que teníamos que hornear un pastel me dijeron que no tocara nada o lo arruinaría así que pensé en que mi tarea sería prender el horno para que estuviera listo cuando ellos terminaran la masa. Entré a la cocina, tomé el mechero y me acerqué al horno, llené el fondo de este con carbón y prendí el mineral negro. Me levanté para dejar el mechero sobre la mesa de trabajo donde lo había tomado, pero al dar media vuelta mi cola entró al horno que aún tenía abierto y se prendió en fuego.

Corrí por toda la cocina intentando apagarla, todo a mi alrededor caía al suelo y los muebles se prendían en llamas a mi paso.

-¡¿Qué estás haciendo?! ¡Sal de aquí!

Pixeles SobrevivientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora