prólogo

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     Nunca la conocí en realidad. Nunca vi su rostro. Pero la llamaba la vecina Elizabeth.

     Mi madre llegaba a la casa a contarme acerca de ella. Aquella señora y mi madre se conocían desde hace tiempo, pero no eran demasiado amigas, solamente vecinas.

     Elizabeth tenia un esposo, dos hijas y un hijo. Eran como la familia perfecta. Cada domingo iban a la iglesia; todos bien vestidos, ellas con faldas largas, el padre elegante , y el niño llevaba la biblia en mano.

     Elizabeth era hermosa, con sus grandes caderas y mirada a través de los anteojos. Era una buena persona.

     Pasaron los años, y los hijos crecieron. Aquella mujer de vida tan deseada no se esperaba su próximo diagnostico.

—Esclerosis lateral amiotrófica —dijo el doctor —. "ELA".

     El esposo, al notar como su esposa perdía la movilidad del cuerpo, perdió el interés en ella, y en una decisión descarada y cínica, la engaño. Elizabeth se entero de ello al poco tiempo. Yo pensé: "¿cómo es posible que le haya hecho eso?, ¿tan poco la amaba? Pudo al menos esperar a su muerte, aunque no la amase, al menos por lealtad.

     Eso no fue todo. Su hijo —el antes niño que cargaba la biblia en brazos— fue arrestado, y condenado a vivir tras las rejas.

     La vecina Elizabeth pasó al cargo de sus hijas, las cuales se rebeldizaron; ya no iban a la iglesia y revelaron su disgusto ante las "ridículas faldas".

     A veces no le daban de comer, y no podía por sí misma —ya estaba inmóvil—.

     Mi madre iba a visitarla. Le llevaba comida y acompañaba. Se comunicaban a través de parpadeos; ella preguntaba y Elizabeth respondía "sí o no". Y le leía la biblia. La vecina amaba el libro de Job; una bella historia bíblica, pues se sentía identificada.

     Aquella mujer murió, pero feliz. Abandonó el mundo sabiendo que Dios la esperaba, y ángeles la llevarían al descanso eterno.

     Lloro, sufrió, pero no reprochó. Nunca olvido que Dios la amaba.

     Dios les deja a sus hijos una misión: hacer saber el mundo sobre su belleza, enseñar y ayudar. Elizabeth logró todo eso, ¿y saben por qué?; porque sin siquiera conocerla me dejo una lección hermosa, la cual compartiré.

Dame alas para volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora