Javier
"Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero
que muero porque no muero (...)"-Santa Teresa de Jesús.
Lo analicé, mas no lo comprobé: "todos creemos tener algo importante que decir, y quizás así sea, por lo que, según qué tanto nos oigan, más unidos nos sentiremos a una persona".
Estar tanto tiempo acostado, mirando el mismo techo sostenido de las mismas cuatro paredes todos los dias, nos hace personas más vivas mentalmente.
En la prisa de una vida vana no nos encontraremos a nosotros mismos.Después de ya un tiempo, la enfermera encargada de la fisioterapia, se le ocurrio que, en los momentos cuando mi cuerpo reaccione bien ante los tratamientos, inhibiendo así el dolor muscular, podía pasearme por el hospital en mi silla de ruedas. Según ella: quedarme encerrado no era bueno para mi salud mental.
Yo puedo asegurar que hasta el momento, estar "encerrado" no hacia mayor cosa que facilitar la llegada pensamientos caoticos, tristes e incluso abrumadores..., ahora que lo digo, definitivamente estar ahí, en ese estado, me dañaba.
Víctor vino el diez de enero al hospital, siendo esa la que perecia ser la última visita, puesto a que ya se aproximaba marzo. ¿Por qué el tiempo corre?
El tiempo dá miedo.
Recuerdos, ansiedad, pavor al fracaso..., ¿habrá algo que nos dañe más que el tiempo en nuestra mente?, o mejor dicho: ¿..."nuestra mente"?
No tenía a Víctor en ninguna aplicación como para comunicarnos, aunque toca resaltar que muchas redes sociales no tengo.
Me entristeció un poco que no regresara, pero mayor era mi preocupación de que algo le pasase.
"Llegó una visita"; ese aviso de la enfermera aquel agosto me habia llamado la atencion mas que otras veces. De alguna manera, sabía que aquella persona que cruzaria la puerta sería mi salvación, y tal vez yo la suya. "¿Volverás?"; nunca habia esperado tanto un "sí" de alguien.
Cuando algo nuevo sucede, fulminando nuestra turbia rutina, deseamos que se repita una y otra vez.
Como la más sana de las adicciones.
Paseandome en mi silla de ruedas sin hacer mas que revisar una que otra revista y observar los pasillos con la poca gente pasando, llegué a una habitación cuya puerta era de un color ocre en lugar de marrón como las demás; estaba abierta.
Me asomé, curioso. Noté un cuerpo acostado de lado, dandome así la espalda.
Quize vislumbrar si estaba con vida, forzando un poco mi vista para quizás notar si su cuerpo se movia en consecuencia de la respiración.
Dí un respingo al notar, por un repentino sollozo, que respiraba; entrecortadamente, pero respiraba.
Me dí otro asombro al notar que, la parte de la sabana que se supone cubria las piernas, parecia totalmente vacía, sin nada de bajo; o al menos sin parte de lo que se supone abrían: sus piernas.
¿Cuándo había ingresado al hospital?
No pude evitar mis lágrimas al escuchar tal desespero y aflicción en su llanto. Quería abrazarlo, decirle que estaría bien, que fuese fuerte..., aunque no lo conociese. Sin embargo, me fuí.
No necesitaba que alguien interviniera, que tratase de arreglar, quizas, lo eternamente roto; necesitaba llorar, sacar aquel dolor que lo consumia, necesitaba permitirse sentir.
Finalmente regresé a mi cuaeto, sintiendo como parte de su vacio se impregnaba en el mío.
Me duele que alguien sufra, pues sé cómo se siente el miedo y desespero a lo inrreparable, y abrumadoramente imparable.
Sin escuchar qué decía aquel programa en la television a lo alto del cuarto, lloré, como el débil que además de cargar con su vida, carga con la de otros, aun sin que se lo pidan, aun sin que les conozca...
Simplemente llora.
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Dame alas para volar
Teen FictionPor una tarea de instituto Víctor se ve arrastrado a "ayudar a otros". Parece una misión estúpida ante sus ojos, hasta que conoce a Javier Lindgren en el hospital, un extraño joven con una visión del mundo muy contraria a la suya. Comienza así un ca...