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Javier

"como una sonata pesada y lenta, pero que a veces era gentil. Como una cantidad limitada de notas, pero repetitivas, ¿cuántos cumpleaños más esta historia tendría?".

     No estaba seguro si decírselo, quizás se entristeceria, quizás se alegraría. En ese momento quizás no era adecuado contarlo, o quizás sí. No sabía, simplemente ni entendía por qué se lo diría.

     Porque debes contarle.

     Porque debo decirle.

     Porque no quieres despedirte.

     Porque no hay otra manera.

—Victor, no has venido a acá mucho, ¿no? —comenté, mientras empujaba mi silla de ruedas, paseandonos así por el extenso y verdoso bosque, alejándonos de nuestras madres.

—No, la verdad que no —No pude distinguir qué expresión pudo haber hecho, por estar detrás de mí.

     Suelo analizar la expresión de las personas, para entender mejor su emoción actual, y saber cómo decir bien las cosas.

     Para saber cómo no herirles.

     Pero, era una noticia buena, ¿no? Claramente Víctor estaría feliz... ¿Pero yo...?

—En realidad creo que es la primera vez —agregó—. Soy más del tipo de quedarme encerrado en mi cuarto —soltó una ligera rosa entre dientes —, quizás perdí mucho tiempo jugando videojuegos.

     Guardamos silencio un instante, mientras veiamos a nuestro alrededor. A lo lejos se podía oír el cantar de un par de pájaros, revoloteando juntos, sacudiendo algunas hojas de árboles a su paso.

—No se pierde tiempo mientras se es feliz —comenté.

     Aún empujando de mi silla, no pareció tan de acuerdo.

—Hmm, yo creo que sí. O sea, perdí mucho tiempo, en el que no aprendí nada ni desarrolle nada y pues, no sé.

     Quieres mejorar, en serio quieres mejorar, pero sigues odiando al tú del pasado, y ese odio te limita. ¿Por qué te sigues limitando?

—Pero has mejorado, eso es bueno —me limite a comentar.

—Pero la verdad me sigo sintiendo un medio... —Se interrumpió a sí mismo, reconstruyendo de nuevo su frase—. Nah, olvídalo, solo son... O sea, quizás no tiene sentido. Solo pienso en voz alta.

      Era su cumpleaños, y no podia dejar de pensar demasiado las cosas, aún cuando ya todo parecía estarle saliendo bien.

     A pesar de que a través de sus propios ojos no había crecido lo suficiente, para mí ha mejorado significativamente.

     Ahora el mundo parecía sonreírle, ahora su vida se estaba reconstruyendo, ya se estaba librando de pesos.

     Ahora su único peso sería yo.
    
     Debía decirle.

—Víctor, ¿sabes?: estoy algo nervioso, pero... Emocionado —dije por fin.

—Eh, ¿ah, sí? —comentó, neutral—, ¿por qué?

     Le indiqué que nos de tuviéramos en frente de aquellas barandas metálicas, en las que terminaba el bosque y comenzaba una larga secuencia de acantilados.
    Solimos ir los tres a ese lugar: mi tía, mi madre y yo, cuando era más pequeño.

—Hmm, es una oportunidad que nos ofrecieron hace poco —prosegui, mientras él se acomodó contra las barras, tras ojear el paisaje —, y no pude contarte antes por las restricciones del hospital, en cuanto visitas y eso.

     Frencio el entrecejo en silencio, mientras afirmaba mis palabras con ligeros movimientos de cabeza.
     Estaba extrañamente callado.

     Decidí no dar más rodeos y contarle de una vez.

—Me llevarán a otro hospital, y..., y no podremos vernos más. 

    

Dame alas para volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora