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Javier.

Parte 1.

"Vivimos entre monstruos que nos sonrien".

     La casa en la que vivímos tiene horribles recuerdos. Han caído ahí más lágrimas de desespero que de felicidad, y han habido más abusos camuflados en amor, que amor en sí.

—Eres como tú madre —su respiración a centímetros de mi piel me hacía temblar—, pero con lo que ella no tiene.

     Sus dedos fríos rozaron mi espalda lentamente, alzando mi pijama.

—Hm, pa... —Me aterraba, me perturbaba su amor.

—Eres... —Pretendía morder suavemente mi cuello, provocándome cosquilleos extraños que no conocía en ese entonces—, eres un niño enfermo, Javier —Sentía sus labios rozando mi clavícula.

     Como si de una liebre indefensa se tratase, sentí mi corazon latir a gran velocidad.
     Sentimos adrenalina al vernos en peligro, pero, ¿debía temerle a mi padre?

     De pequeño, estaba entre dos versiones diferentes de amor. Claramente, la de mi madre era, y es, la mas sana y hermosa de todas.

      Pero yo quería aprobación paternal.

     Era solo un niño, que se vió en la obligación de madurar pronto para poder sobrevivir.

     Tal vez sigo siendo aquel niño indefenso. Tal vez un crio atrapado en un cuerpo de adolescente. Quizás un polluelo en esta jaula que llamo carne.

     A veces era "te amo", a veces era "te aborrezco". Puede que, lo que percibimos que sienten por nosotros, influya en el amor propio; en nuestra fuerza.

* * *

     Recuerdo tan claramente los sollozos de mi madre, que con el simple hecho de pensarlo, repito la pesadilla una y otra vez.

* * *

     Su aliento olía a alcohol. Por él conocí ese nauseabundo olor por primera vez.

—¿Te gusta la película? —Preguntó en su conocido tono profundo, aquel que era raro oir hablando sin gritar.

—Sí —Me limité a responder, también en baja voz.

     La calidez entre sus brazos no era la mísma que con la de mamá; era más dominante, grande, y sobretodo: peligrosa.

     Mamá no estaba en casa aquella noche. Estamos solos.

—Eres un buen niño, Javier.

     Estiró un poco su pierna, enlazandola mejor con la mía.
    
     Quería levantarme, irme a mi cuarto y esperar ahí a mi madre, y quizás pintar un paisaje hermoso que ví en la película.

—Un buen hijo —Esa frase me hacía sentir tan querido, que el miedo parecía ser irracional...—, afeminado de mierda —, a pesar de lo confuso que era ser amado así.

     Quedó dormido, afortunadamente.

* * *

     Recuerdo el día en el que me dibujaron vestido de mujer en el cole, dejando el dibujo a la vista de todos.

     Sí, algo sumamente tonto. Pero en un mundo tan ignorante, todo lo que a otros hiera, pero a tí no, es cómico.

* * *

 Recuerdo que amaba ir a la casa de mi tía de visita. Tenía una fogata en la sala, ante la cual nos sentabamos a tomar leche tibia, y en algunos casos, con galletas.

Rápido, rápido —Emocionada, me guiaba entre la oscuridad de la casa hasta llegar a la sala—. A tu mamá no le gusta que comas tan tarde, así que será nuestro secreto —Entre risitas nos sentamos en frente de aquel fuego para comer y disfrutar de aquella perfección tan sencilla.

     Frecuentemente me contaba cuentos, o experiencias en su trabajo, siempre con su característico humor que le sacaba una rizotada a cualquiera.

     Ella, tambien, me explicaba historias bíblicas, de una manera tan fácil de comprender, que hoy en día las recuerdo.

—¿Por una manzana? —Pregunté curioso.

—Sí —dijo—, por una manzana quedamos condenados. Todo por la desobedien...

—¿Por qué no una piña?

     Mi tía y mi madre me enseñaron que mi cuerpo y mi ser valen mucho como para ser usados o maltratados, y que nadie tenía derecho a dañarme... Nadie.

* * *

     Golpe tras otro. Temía, en mi inocencia, que quizás mi craneo ya se hubiera roto, y que en cuestión de segundos desmayar.

—¡No quiero volver a oir tus maricadas! —Podía distinguir el sabor metálico en mis labios...—. ¡¿Oíste, huevón?! —, quizás sí corrí riesgo de desmayar por heridas graves.

     Solo le había llevado levemente la contraria.

—Perdón —Susurré.

. . .

Dame alas para volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora