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     Respiraciones cada vez mas lentas.

     Tal cuál reloj de arena, en el que presentimos el final obvio, sin conocer bien el cuando.

     La impaciencia engruesando mis venas, y derramando ácido por los ojos.

     Mirando un techo cada vez más bajo, sintiendo el peso de uno invisible.

     Esperando una voz conocida, que yo mismo he alejado.

     "Escribir me ayuda a pensar, aunque es exactamente lo que me rompe".

...

-Javier Lindgren. "trozo de una carta culminante".

* * *

Víctor


—Hijo...

      Sentado en frente al escritorio de mi cuarto, me gire pata observar a mi madre. "¿sí?", pregunté.

—Tú... —Se tocaba levemente sus propias manos, con una expresión de lamento—, ya deja de llamar tanto a Javier.

     Su comentario me extrañó.

—¿P-por qué? —Frunci levemente el ceño, aun con mi brazo sobre el libro  del cual estudiaba para un examen.

—Amanda me ha llamado, avisándome que has llamado muchas veces... Ya para.

     "No entiendo. Llamé a Javier, no a su madre. ¿Por qué a esta le debería de afectar?"

¿Les gasté el saldo o qué? —pregunte sarcásticamente, sin humor. Sintiéndome atacado.

—¡Víctor! —entrecerró los ojos—, no me hables así. Tú sabes que...

—¿Qué es lo que sé? —interrumpí—, no sé mada de Javier desde hace meses. No se nada, mamá —claramente apático. Me volvia alguien agresivo al ser enfrentado u corregido.

     Bufando, mi madre se acomodó el cabello, y con ligero gesto de mano, me indicó que siguiera estudiando.

—M-mamá, espera —Me levante de la silla antes de que se fuera de mi cuarto—, ¿por qué Amanda...?

—Señorita Amanda.

—Sí, como sea —Rodé los ojos— ¿por qué la señorita Amanda le fastidia tanto que le llame a Javier?

—Por Dios, Vistor —Frunció el entrecejo—, no se trata de que le "fastidie".

—¿Entonces? ¿Qué demonios sucede?

     Estaba ansioso, irritado. Queria saber que sucedia con Javier. Pero buscando respuestas, encontraba más incógnitas. Lo poco que iba entendiendo, se desvanecia con la niebla de nuevas interrogantes.

—El nuevo hospital solo es... —Tensó la mandíbula, mediante una pausa vacilante—, solo es limitada de Internet, ¿de acuerdo? Todas tus llamadas interfieren a las llamadas realmente importantes.

     Hice una mueca confusa.

—Eso no tiene sentido.

     Ya cansada, me empujó levemente, ordenandome de nuevo seguir estudiando.

—Mejor no pienses mucho en ello, y practica para no perder la nota.

    
    Me asustaba más perder otras cosas. O mejor dicho, a una persona.

* * *

—Y... ¿Qué verga hacemos acá? —preguntó Mateo, mientras observabamos sentados el hospital donde estaba Amanda a anteriormente.

—La mamá de un amigo estaba acá hace un tiempo. Y no tiene sentido, debería estar con él en "el otro hispitar".

—Entiendo... —Un instante de silencio—, no, mentira. No entendí.

     Solté una risita, aún atento desde la acera contraria al hospital.

—¿Y cuando veamos a la señora qué? —preguntó de nuevo, jugando con una roca que halló en el suelo.

—Le haré preguntas.

    Mateo no conocía del todo la situación de Javier, no sabia siquiera cual enfermedad tenía. Tampoco entendía completamente el porqué estábamos sentados en la acera durante pleno toque de queda.
     Sin embargo, me apoyaba, porque sabia que esto era muy serio para mi.

—Mierda, odio esto —Aunque me apoyaba sin mucho positivismo—, odio estas mascarillas, y me duele el poto por estar acá sentados.

—Llora pues —Reí bajamente.

—Vete al demonio —Me empujó levemente por el hombro.

     De repente, entre risas y bromas, nos percatamos del objetivo, ¡estaba ahí! Amanda.

     Era hora de hacerle un par de preguntas.

     Sin embargo, tuve el presentimiento de que, si yo le interrogaba, quizás no llegaría a la verdad.

   Mi intuición por fin parecía estar... Existiendo.

—Aguarda...

—¿Qué? ¡Vamos, Víctor! Está ahí la señora esa.

—Tengo una idea —comenté, dando paso a lo que sería, la más confusa de las luchas.

Dame alas para volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora