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  "Hay personas en serio detestables. Que no te agradan en el primer instante de verlas, u oirlas; el cual fue mi caso. Eso de amar el prójimo dudo que se me dé, porque detestare a quien quiera, y no me arrepiento".

     Tal como mamá me había permitido el día anterior, papá me llevo al hospital de nuevo para invitar a Javier a las festividades de diciembre con nosotros.

     Me llenaba el pensar que Javier estaría con nosotros. Me imaginaba lo feliz que estaría. Mis primos son muy agradables, se llevarían bien con él, a pesar de que dudo mucho tengan algo en común. A veces creo que Javier podría hablar con cualquiera y compaginar fácilmente; es buen oyente, y buen consejero, o quizás solo le agradaría a personas como yo que hablan más de lo que escuchan. A veces siento que cuando me extiendo hablando pierdo el sentido de adónde una mi punto.
     Sí; como la vida: de tantas vueltas que das en esta pierdes la dirección de a donde querías llegar en un principio, llegando a un sitio totalmente distinto. Debería ser escritor; un escritor muy genial que también es doctor.

     "Me encantaría leer un libro escrito por ti", me dijo Javier una vez; "tendría muchos rodeos y preguntas sin respuesta, eso me gusta".

     Eso le gusta. Lo que no me gusta de mí mismo; el lo quiere en novela.

     Mi padre como de costumbre se quedó en la sala de espera, algo fastidiado pues hubiera preferido quedarse en casa; nunca le agradó mucho los hospitales... Le recordaba a la abuela, y la eterna culpa que los perseguía desde su muerte.

     Sin importar cuanto hagas, tras la muerte de alguien habrás querido hecho más. Y eso frustra.

     De una manera casual pase al lado de un par de enfermeras las cuales ya me reconocían. No me detuvieron al notar que iba al pasillo; con obvio destino: cuarto de Javier. Estaban conversando. Quizás ya saben que Javier es mi mejor amigo.

     Mejor amigo...

     De nuevo un vacío dentro de mi; una sensación de miedo, un miedo a no saber qué temes. ¿Quizás la muerte? Otra vez. Esa sensación otra vez.
     Sí así me siento yo, no me quiero ni imaginar lo peor que se siente Javier.

     Llegué a la puerta aún con entusiasmo me verlo y contarle mi magnífica idea.

—¡Llorar es lo único que sabes hacer!

     Quedé paralizado al poco avisar mi llegada.

     Era una voz femenina que nunca antes había escuchado antes.

—¡Vede ya! ¡Pol favo!

     ¡¿Javier?!

     Su voz había empeorado, casi no se entendía.

     ¿Que estaba sucediendo? Temía entrar en un mal momento, aunque claramente: cualquier momento ahí era malo.

—¡Solo sabes hacerte la víctima! —Una chica, ¿Por qué le gritaba así a mi amigo? Me dejaba boquiabierto y con una inevitable sensación de ira—, ¡Solo das lastima! Siempre la diste y...

—Du me engadaste, du digite mugaz gosa que...

—... siempre la darás, Javier. ¡No entiendo ni mierda de lo que estás diciendo!

—Du fuite la que...

—¡Siempre das rodeos para todo, gran pedazo de imbécil!

     Quién sea que estuviese ahí está en serio la persona más ridicula e idiota que he escuchado.

—¡Jegica, vede ya!

     No aguante más y gire el picaporte decidio. No soportaba oír más que le hablase así, no soportaría el oír a Javier mal.

—¡Ya déjalo, carajo!

     La pelirroja volteo con evidente sorpresa, y algo de susto.

—¡¿Por qué le gritaba esas cosas?! ¡La única pedazo de imbécil eres tú sí crees que lo puedes tratar así!

     Estaba furioso, demasiado. En definitiva: sí ella hubiera llegado a empujarme minimamente, no hubiera dudado en cachetearla. Pero no fue así.

     Ojee un instante a Javier; lágrimas corrían por sus mejillas, y estaba algo rojo. Su mirada me destruía; otra vez esa mirada de desespero y vacío.

—¡¿Y quién mierda eres tú?! ¡Esto no te incube, crío!

—Jegica, vede.

—¡"Vede", "vede"! —Falseteo burlonamente, lo que me hizo detectarla más.

     Estaba en mi totalidad decidido en empujarle el hombro cuando las mismas dos enfermeras de antes entraron de prisa.

—¡¿Qué está pasando?!

—Saquenda, ya.

—Saquenla —repetí, traduciendo lo que esta vez había Sido obvio.

     ...

    

Dame alas para volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora