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Drake.

"El hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado".

—Francisco de Quevedo.

     ¡Oh, dulce voz que en mis sueños atormenta!
     Que rompe paredes pero mi mente no despeja.
     Que gruñe entre dientes, ante mi queja presente.
      Que me mira y se ríe, que me soba y me riñe. Que espera que corra, que añora y no llora.

     ¡Haz algo ahora! Para que no caiga en demensia, imaginando tulipanes donde solo hay remedios sobre la mesa.

     Salvanos. ¡Oh, voz meliflua del engaño! , que nos esperas tras la muerte tras la puerta del desengaño.

     Resignado soy, ante la pena de fraude. Resignado él ante la condena del verdugo asaltante.

     Abrázame a mí, y déjalo a él. Déjalo vivir, y mi vida quitar tal como mis pies.

* * *

     Ante mí, mi nuevo amigo, que me oculta el hecho de su posible retiro.
     Sonriente, amigable y creyente, pensando que ante mis ojos pruebas no hay evidentes.

—¿Me ayudarías a redactar un poema? —Pregunta él, sobre las cadenas de una silla, una silla de ruedas que a la espera lo condena.


—¡Claro! —replicó—, ¿por qué deseas una escribir? —cuestiono.

—Quiero probar algo nuevo, pues, creo que sería genial expresarme a través de un poema —Justifica mi amigo, cuyos risorios una alegría expresan.

     Mi movimiento confirma, prosiguiendo en la dicha de a un poema guiarle, antes de que sea tarde.

     ¿Qué escribirás, mi amigo? Que tras la mentira te escondes, para no aterrarme. He pedido por ti, a la mujer que despoja de la vida demandante.

    
* * *

     Aunque promesa he dejado, y a mí constancia nada he avisado, un escape planeo, de este lento cementerio.

     A mi madre he de buscar. A mi padrastro he de reclamar. Mi vida he de buscar, para quizás algo recuperar.

     No sé gana nada con esperar.

    
     Cuando la noche abrazaba, al salir de mi cuarto, otra voz me detiene, aumentando el retraso, que empide mi ida con gigante impacto.

—¿Drake? —Sorprendió Javier—. Es de noche, ve a tu cuarto —Demandante parece.

—Me quiero ir —replique con inmenso cansancio.

      Con una mueca algo ilusa, aunque entre la oscuridad no se dislumbra, me advierte el quedarme, pues afuera era mal muy grande.

—Me quiero ir. Quiero a mi madre —Sollozante, capaz no fui de soportarle, de seguir firme y fuerte presentarme.

     Expresión afligida en su rostro, cuyo mal era verme en huida, me pide que me quede, pues el hospital ayuda era en mi vida.

—Drake, sé que extrañas a tu madre, y te preocupa qué ha pasado tras el accidente con tu padrastro, pero por favor, por tu seguridad, no te vayas —suplicante, voz de mi amigo trata el atarme—.  Irte solo traerá problemas.

—¿Y quedarme acaso soluciona alguno? —reclamé, entre llanto y enojo.

       Sin respuesta, ante mis ojos insisté aún agradable.

—Ve a tu cuarto.

      Frunciendo el ceño, le obedezco. Si habríame ido en se instante, una enfermera habría de reclamarme.

     Mejor plan era quedarme, hasta que el reloj marcase las cero, y mi presencia de ahí pudiese marcharse.

     Y así fue.

     Perdón, amigo mío. Por hacer un poema no haber podido enseñarte.

Dame alas para volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora