61

24 11 4
                                    

Amanda

"Como una torta pequeña la vida. Las capas son etapas. Tan dulce, pero acaba".

—Entonces... —comentó él—, ¿de qué hablaron cuando se reunieron?

     Quedé confusa.

     Frente a la mesa de la cocina, en mis manos sostenia el libro abierto de recetas, mientras buscaba mas recipientes en la alacena.

—¿De qué hablas, Javi? —cuestioné.

—Hm, de Dario. Tú... Cuando se reunieron —explicó por fin. Mientras rompia uno de los huevos dentro del recipiente grande.

—Ah.

     No me sentía comoda hablando de Dario. Deseaba simplemente pasar tiempo con mi hijo, y disfrutar de ese escenario cotidiano, escondiendo entre niebla aquello que fue en algún pasado nuestra cotidianifad.

—¿Por qué te interesa tan repentinamente?

     Sonrió de medio lado, con la mirada aun sobre los objetos de cocina.

—En realidad me interesa desde siempre.

     Me volteé, recostandome sobre la encimera, pausando nuestra hora culinaria para comenzar lo que parecía serle de mucha importancia.

—Cuando él y yo hablamos, en el hospital, hmm, las cosas no salieron muy bien —continuó él, ahora girado un poco para observarme—. Siento que lo hice sentir mal y pues... Aunque él haya sido un mal padre, quisiera que supiera que en realidad... Si lo perdono.

    Sus palabras sinceras, con esa expresión de resentimiento y pesadez, me dejaron la mente como un océano turbulento.

—Y simplemente, quisiera saber al menos que ha sido de él. Pues, te reuniste con él tras nuestra discusión

     Tenía razón. Darío y yo nos habiamos juntado a hablar un par de dias después de el escandalo que provocó al visitar a Javi tan de sorpresa, momento en el que yo no estaba presente.

—Entiendo Javi...

     No, no somos la familia perfecta. Somos únicamente trozos de un cuento turbio, que se separaron, cada uno con sus distintos desarrollos, y terribles finales.

     Aún en la estrecha cocina, con alacenas amarillentas y ocre, y repisas pequeñas de roble, sosteniamos una conversación que evadiamos por ser como un mandoble.

—Darío desde que lo conocí ha sostenido conductas agresivas y... Manipuladoras —comenté—, cuando nos reunimos, le aconsejé que fuera al psicólogo cada cierto tiempo, cosa a la cual Accedió.

     Javi escuchaba atento, sin interrumpir de ninguna manera.
     Me hacia sentie fatal que él, siendo su hijo, conociera tan poco de su propio padre. Tanto Javi como yo solo habiamos rozado el caparazon áspero de aquel hombre. Sin embargo, era lo máximo a lo que podiamos llegar, considerando que Darío tampoco se conocía a sí mismo.

 

   "Explosivo intermitente", no tendía idea de que mi ex-esposo padeciera de algo asi. O mejor dicho, no tenía idea de que existiera un término así.

     Acompañe a Dario en dos ocasiones al psicólogo. Eran sitas superficiales, en las que yo esperaba afuera, y él respondía preguntas, gracias a las cuales se dio a conocer que necesitaba de tratamientos con un psiquiatra, pues ese psicologo no podía recetarle ni diagnosticarle algin problema oficialmente.
     Finalmente, Darí me contó acerca de su problema.

—"¿Explosivo...?"

—Intermitente, sí. Tampoco entiendo que mierda sea, pero seguro estoy enfermo de la cabeza —bufó, cuando estabamos juntos fuera de un café.

     Guardé silencio en ese instante.

—Soy un idiota —Se sobó el rostro con irritación—, ¿le contarás a Javier esto?

     Quedé anonadada. "¿por qué no podría contarle?", pense.

—Responderme, Amanda, ¡responde!

—¡Ah! No, claro que no.

      Siempre he sido así, ¿por qué soy así? Quizás, cuando eramos jovenes, eso me enamoraba de él: su dominancia, esa fuerza tan obviamente superior a la mía.

—Tú... ¿Seguiras lleno a consultas, no?

—Obvio que iré —Ojeó el alrededor con su entrecejo fruncido, y cierta mueca agria—, ahora que conozco que tengo, me voy a deshacer de eso.

—Los problemas metales no son algo que se quiten como una gripe.

     Volteó a verme con esa cara de repulsión con la que solia observar a cualquiera al contradecirle.

—¿Me llamas enfermo mental?

     Fruncí tambien el ceño.

—No, tú eres el que se etiqueta así Darío —De peor humor, prosegui en acomodarme el abrigo para marcharme—, ya me voy. Me temo que ya no me necesitas.

—¡Aguarda!

     Me rozó el hombro, ante lo cual voltee al instante.

—¿Qué?  —No quiero volver a dejar que me dominen, no más.

    
—Debes ayudarme.

     Entrecerre los ojos con suspicacia.

—No, Darío —contradije con seguridad—, si hago algo no es porque deba, porque no te debo nada —solté con rapidez, y actitud fuerte, observándolo a los ojos, indefensos—, si te ayudo es porque así lo desea Dios. Te perdono porque eso ordena el señor. Terrenalmente, solo te tienes a tí mismo, Darío —Suspiré casi sin aliento—, espero te vaya bien —Finalice, marchandome.

—A-Amanda ¡Amanda! —exclamó al yo ya haberme alejado metros—, ¡no te vayas!

     Separados por una considerable distancia, repliqué:

—¿Qué hay de la otra? ¿No que era mejor que yo? —Refiriéndome a la amante, por la cual se habia marchado hace años, dejándonos a Javi y a mi. Pero irónicamente, ésta lo abandonó a él.

     Adiós, Darío.

    

Dame alas para volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora