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Amanda Lindgren.
Parte 2.

     "Te viste forzado a madurar, a renunciar a algunas cosas que conforman la joven felicidad, y aun conciente de eso, aceptaste".

     Cuando por fin la conversación fluía, toda paz pareció atropellada al escuchar la puerta abrir. Nos levantamos de sofá deprisa, ambos ojeandonos con el mismo miedo.

     Darío.

—¡¿Javier?!

     Estupefacto ante la situación, lanzó su pesada mirada en mí; esa mirada que en un principio no creí notar tan oscura, tan aterradora.

—Ja —Javi no tiene más clases, a-así que regresó.

     Javi, cabizbajo, no agrego palabra alguna.

—Eso... —Su voz profunda ya no era atractiva, era como el sonido que le anticipa a un asesinato en una película de terror— no es cierto —Inspeccionó a nuestro hijo de pies a cabeza con un evidente desdén—. Mírame a la cara, Javier. ¿Qué-haces-"acá"? —Su amenazante énfasis en cada palabra me hizo querer golpearlo y llevarme a Javi lejos de él... Pero las cosas no son tan fáciles.

—No tengo más clases. —Su mirada timida y aterrada apenas si podía ojear a Darío antes de otra vez evitar contacto.

—¡¿Por que nadie me obedece en esta maldita casa?! —Golpeó la pared de atrás, con tanta fuerza que no me cupo duda de que sus nudillos pudieron haberse hecho un gran daño.

     Darío era muy impulsivo. ¿Por qué no nos creía?, ¿Cómo sabía que mentimos? En los años que llevamos casados note lo poco cuerdo que podía llegar a ser..., O era.

—¡Te pago los estudios de este idota, además de la puta comida! ¡¿Por qué carajo estás de lado de Javier?!

—Da...

—¡Otra vez te victimizaras! ¡Mierda! ¡Siempre es lo mismo contigo! —Hacia movimientos erráticos con las manos, como explicando algo con violencia.

     Javier trato de irse a su cuarto, dirigiéndose a este al rodearme por detrás. Sin embargo, Darío lo detuvo, grito que no era ningún "niñito" como para escapar de sus problemas, dijo que era lo suficientemente grande para saber lo que pasaba. No entendí bien a lo que se refería. ¿Cómo que "lo que pasaba"? Javi solo había llegado antes, era ridículo su comportamiento.
Quizás solo se desquitaba, como ya era de esperarse en el; aprovechando cualquier momento de irse para sacar todo lo que llevaba dentro, sin importar que tanto podía herir.

     No interrumpi lo que empezó a decirle a Javi; no lo ví necesario, solamente le gritaba sobre la importancia de no saltearse las clases y lo mucho que el trabajaba por mantenernos. El momento de tenso cuando, casi sin darme cuenta, cambio el tema a algo más delicado.

—... ¡¿Eres marico,o qué?! ¡No me mires con esa cara! —Javi a comparación a Darío era solo un insecto; un insecto palo—... ¡Yo no criare a ninguna niñita llorona! ¡¿Me estás escuchando?!

—¡Darío! —intervine por fin—. Darío ya basta, lo asustas.

     Javi fruncía el ceño, con la mandíbula tensa. Iba a soltar en llanto si yo no hacía algo.

—¡Tú no te metas!, ¡No eres más que una puta!

     No soy eso.

—¡Ya basta, es suficiente! —Soné más suplicante que cualquier otra cosa.

      Necesitábamos el dinero. Tú no ayudabas, tú crees que con la comida y el colegio es suficiente... Si no pagaba yo las deudas moririamos... Pero no te importamos, de eso ya me di cuenta.

—¡Papá! No llames así a mamá —La intervención de Javi me sorprendió. Parecía enojado, pero sus lágrimas ya caían por sus mejillas pálidas, y su voz también era suplicante, aterrada. Él no tenía idea sobre las deudas tan peligrosas en laas que estábamos, y menos de como las pagué.

      En un arrebato de ira tomó a nuestro hijo por los hombros, sacudiendolo con fuerza. "¡Pa-papá!".

—¡Tú madre es una puta!; ¡Una puta de mierda!

     "Ya su- suéltame, po-por favor, ya, papá".

—¡Y tú no eres diferente, afeminado de mierda! ¡Ojalá estuvieras muerto, muerto! —El tono de Darío era demasiado escandaloso; un volumen con esa profundidad te erizaba la piel.

—¡Suéltalo, Darío!

      Me tomó de inmediato del cuello, cuando apenas yo pude hacer mover un poco su enorme brazo.

—¡Mamá!

—Debería matarte ahora mismo —susurraba con cierto placer en su voz, muy cerca de mí, aún sin dejar de sujetar mi cuello.

—Da-Dario...

      Mi voz desaparecía, al igual que mi conciencia. Poco a poco veia todo borroso, no respiraba.

—¡Suéltala, suéltala! —fue lo último que escucho de Javi durante mi pérdida de conciencia, claramente trataba de alejar a su padre de mí, pero era inútil.

—Solo eres eso, Amanda; una prostituta de mierda.

     No... Claro que no.

     No es así.





Dame alas para volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora