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"Los seres humanos somos unos hipócritas. Buscamos de Dios nada más al estar en crisis. Amamos egoistamente. Ni siquiera estoy seguro de saber amar".

     Tan tranquilo, tan sonriente, ¿por qué no podía ser como él? O al menos fingir serlo. Javier estaba a mi lado, ambos en un silencio largo, pero apacible, observando como el parque se apagaba por la huida del sol. Sin premeditar,Y menos vacilar, hice una pregunta.

—¿Cual es la receta para un milagro? —No me di cuenta de lo ridícula de la pregunta hasta que la oí salir de mi boca.

—¿Cómo? —Su mirada interrogante clavada en mí me confirmo lo obvio; debía especificar más.

—O sea... —proseguir, con cierto aire de inesperada duda—, ¿Que cosas se requieren para un milagro? Es que... Quiero decir Que; "¿Cómo obtener un milagro?".

     Llevaba tiempo con esa pregunta en mente. "Milagros". Recuerdo que a mis cinco años una tía me dijo que los milagros se lograban si creías en ellos..., ¿pero cómo creer en algo que no me ha pasado?
La explicación de mi tía me recordó a la película de Peter Pan. Tenía solo cinco años, no entendía nada aún.

     Pero ahora..., creo que aún no entiendo muchas cosas.
Me siento como un niño; incrédulo y débil, en un cuerpo de adolescente.

     Después de explicarme como pude, Javier me sonrio; esa sonrisa inocente y cándida volvió a su rostro. Era en serio contagiosa. Soltó una leve risita, lo cual me dejó confuso e impaciente por su respuesta.

—Víctor... —continuó—, Imagina que estamos en el desierto —Miró a nuestro alrededor, señalandolo con el movimiento lento de su brazo, con una atmósfera de viejo sabio—. Tenemos sed y no hay nada más que arena y un cargador sol. Ahí, lo damos todo por perdido, no queda de otra que morir...

     Morir.

     Esa palabra me hace sentir pesada la saliva al tragarla.

—¡Pero!... —Me miró con esos ojos de pura expresividad, mostrando el dedo índice-, en los momentos de mayor miedo y agonía es cuando mejor esta nuestro corazón para clamar a nuestro Dios —Miró aquel arrebol rosa sobre nosotros—. Él nos sacar de esa crisis. Sólo se necesita fe. Todo eso sucede con una finalidad. Puede ser para enseñarnos que todo es posible. No habríamos descubierto su majestuosidad a no ser que estuviéramos en ese estado. Todas son lecciones.

     Todas son lecciones...

—¿Y si no?

Me observó con naturalidad, aunque noté su entrecejo levemente tenso.

—¿Y si nos deja morir? —continúe—. ¿De qué sirven tantas lecciones si al final moriremos Si? ¿Por qué un desierto? ¿No nos pudo dar una lección de manera menos tormentosa?

     Sí, mi voz delataba mi angustia mezclada con desespero e impaciencia. Abrió la boca unos milímetros para decir algo, pero lo interrumpí.

—¿No te parece egoísta, Javier? —Se tensó, ahora con el rostro sin ocultar su expresión, quizás... "¿enojada?"-. ¿No te parece mal que nos haga pasar semejante calor y sed solo para que "lo amemos más "?

—Pero nosotros llegamos solos al desierto —dijo, sin dejar la firmeza en sus palabras—, nosotros fuimos allá, no es culpa de más nadie las consecuencia de nuestras acciones, el solo nos...

—¡No tiene sentido! —No estaba enojado con él, ni con Dios, sino conmigo por no entender lo que sabía que sí tenía sentido, pero negaba.

     Su rostro perdió toda luz que emitía en un principio. Sólo me miraba perplejo, tal vez esperando que continuará. Aterrado del qué me diría, evite el verlo, fijandome en el cielo; ahora azul oscuro con nubes casi invisibles.

     Silencio...

    No me atrevía a mirarlo. ¿Debía yo decir algo? Me avergonzaba el actuar como un completo tonto..., aunque lo fuera.

—Tú eres una persona muy buena —murmuré, aun sin el valor de verlo a los ojos-, la mejor que he conocido en realidad. Entonces... ¿por qué te hace esto?

     Giré mi vista para por fin mirarlo; sus ojos casi ni parpadeaban, llenos de inmensas lágrimas que se rehusaban a correr, pero ahí estaban. Mi corazón se hizo pequeño ante esa expresión tan frágil de dolor.

     No me decía Nada, solo apartó su vista mientras una gota recordó a su mejilla derecha.
Yo no sabía qué decir. Quizás ese era el problema; solo debía dejar de hablar y callarme.

"Hablame", pensé; "regañame, gritame, enojate, pero por favor no llores. Por favor".

-Vámonos -musitó. Se me cristalizaron los ojos al oir su voz, tan débil y versa; quebrada.

Yo lo hiero.

El me perdonaría, siempre es así; personas sin importar lo que le hubieran hecho, pero... yo no sería capaz de perdonarme; no podría perdonar el hecho de haberlo hecho llorar.
Es cruel despojarle la felicidad a alguien que lo único que ha hecho es darte lo mejor de sí. Me siento cruel.

Sin contradecir, me levanté para empujar de su silla de ruedas hasta el hospital. Era muy cerca en realidad.

Él guardaba silencio, apoyando su mandíbula la mano de su brazo reposando.

Perdón, Javier. Lo siento tanto.

Me das alas...
Pero yo solo te corto las tuyas.
En serio lo Siento.

Dame alas para volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora