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Víctor

"Porque quizas se trate de eso: reír hasta ahogar penas, sintiéndonos así indestructibles..."

     No había salido a pasear tiempo al aire libre desde que mis primos y yo fuimos de campamento, y eso hace fue mucho en realidad.

—¡Ese señor está loco! —exclamé después de que me contase lo sucedido con su padre el día anterior.

     Dio otra mordida a su manzana, mientras mantenía su mirada pensativa sobre un nido de pájaros en lo alto.

—Algo, supongo que siempre lo estuvo —dijo, neutral—. Siento lastima por él ahora que pienso bien las cosas.

     Rodeé los ojos con disgusto.

—No le debes nada a ese hombre —comenté, mientras hacía girar el refresco en mi vaso de plástico.

     Ojeó después a su madre; estaba sentada junto a la tía y a mi madre en unos troncos mientras reían a carcajadas.

—Lo sé, pero parecía en serio alarmado, quizás histérico —vaciló un instante—. Si tan solo le hubiera dicho que lo perdono, quizás se hubiera liberado de un gran peso, podría vivir en paz después de que yo... —Frunció el ceño, forzando una media sonrisa—. Sólo creo que no tuve que haber sido tan rudo. Me siento un estúpido.

     Impotente, frustrado; ¿realmente tenía sentido que él se sintiese así? ¿Se sentía realmente así? Él no era estúpido, pero esas palabras sí.

—¿Y qué hay del peso que cargaste tantos años? —repliqué—, si no te liberabas de una buena vez te terminaría aplastando ¿Sabes?

—Sí, sí. Pero... No sé, es extraño —Se encogió en hombros, ahora ignorando la manzana en su mano.

—Lo extraño es que estés en este hermoso ambiente y no hagas más que lamentarte —comente con gracia.

     La brisa era en serio reconfortante, delicada; pacífica. Pero él no parecía apreciar en paisaje en el que estaba. Incluso luces naranja amarillentas se escabullian entre los árboles, dejando así simples líneas de luz que llegaba al césped, como si de una pintura se tratará.

     Giro su cabeza hacia mi.

—¿Lamentarme yo? Tu eres el que incluso escribe sobre sus "desgracias" —añadió con una sonrisa irónica y chistosa.

     Solté una leve risita.

—Va, no me lo recuerdes. No escribiré más eso... Porque ahora estoy feliz.

     Pareció sorprendido ante eso.

—¿En serio? —Ladeó un poco su cabeza, con una sonrisa cerrada.

     Me arrecosté sobre el árbol detrás de mí, aún sobre mi silla improvisada.

—¡Sí! ¿Sabes por qué? —Me llené de un repentino entusiasmo—; ¡me cambiaran de colegio! —Hice un movimiento errático con los brazos, con suprema alegría, dejando caer algo de refresco en mi pantalón.

—¡Wow! ¿Entonces tus padres ya saben lo del acoso? ¿Tú se los contaste?

—Hmm, en realidad el profesor de orientación se me adelantó —Me rasqué el cabello algo incómodo, pero aún entusiasta—. Se lo conté a él, y pues se lo contó a mis padres sin mi permiso, lo que me enojo bastante, ¡pero resultó genial! Ya no tendré que tolerar a los idiotas del colegio —comenté con orgullo.

     Mostró ahora un amplia sonrisa.

—Dios, que bien. Porque en serio que se estaban pasando en tu colegio —rodó la mirada con antipatía hacia mis ahora antiguos compañeros—, ¿no extrañará allá?

     Me levanté, puesto a que estar sentado tanto tiempo me incómodaba.

—Pues, no sé —Dejé el vaso de represco ahora vacío sobre una mesa vieja de madera, quizás de un antiguo campamento—, tal vez sí, pero solo los momentos que allí sí me hicieron feliz —expliqué en frente de él, apoyándome sobre esa misma mesa—. Porque no siempre extrañamos esa cosa o persona que antes nos hacía tanto bien, sino, esos recuerdos que forman nuestro recuerdo de ello.

     Con su mirada muy atenta en mi, me recordó a un niño inocente escuchando con atención cada palabra de un cuento. Quizás él lo seguía siendo. A veces siento que fue así, que seguía en esa mente, a pesar de su madurez.

—Tienes razón —acentió, como un maestro aprobando el trabajo de un aprendiz—. Has cambiado mucho.

      Esa última frase me dejo algo perplejo.

—Eh... ¿ah, sí? —No entendí en realidad a qué se refería con "haber cambiado".

     Mientras nosotros platicabamos oíamos a nuestras madres reír todavia escandalosamente a metros más allá de nosotros. Era lindo saber que eran buenas amigas.

—¡Pues claro que sí! —exclamó con ánimo y cierta mirada de orgullo—. Apenas nos conocimos has estado expandiendo tu mente, eso es maravilloso.

     No pude evitar formar una tonta sonrisa de par en par, con cierta expresión risueña.

—P-pues supongo que sí. De... Después de todo hoy es mi cumpleaños, y pues, otro año significa crecimiento ¿no? Después conocimiento y sabiduría.

     Aún sonriente, hizo una cara confusa ante mi comentario.

—No me veas así —Solté ahora una risa menos timida.

—Tu mente es algo indescifrable, niño.

     ¡¿Niño?!

—¡No me llames niño! —exclamé, palideceando.

—Como sea soy mayor que tú —sonrió pícaramente mientras mordía de nuevo su manzana—. Así que eres un crío —balbuceó aún masticando.

     Me fije en los pájaros del nido; ya no estaban, ¿habrán aprendido a volar ya? ¿O por el miedo cayeron sin siquiera intentar?

—¿Solo estás molestandome, no?  —Dije.

     Me miró levantando una ceja, jocoso.

—¿tú crees?

    

    

Dame alas para volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora