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Javier.

     "Tanto tiempo has fingido una sonrisa con el tal de ver felices a los que te aman, que ya ni tú sabes cuando realmente eres feliz".

     Solo las personas con bastante dinero son beneficiadas, mientras que las que no, no solo son ignoradas; sino también menospreciadas, sin importar que necesiten ayuda, sin importar que circunstancias estén pasando.

     Así es la sociedad: "solo te ayudo si tienes cómo regresarme el favor"... Patético.

     Suspirar. Suspirar y esperar es lo único que podemos hacer.

—Tiene una visita —La voz de la enfermera evito que me durmiera.

     Emocionado, aunque también soñoliento, sabía muy bien quién había llegado.

—¡Javier! —Entró al cuarto con entusiasmo. Tanta alegría me sorprendió en él.

     Víctor.

—¡Hey! Creí que me habías olvidado —bromeé.

     Se sentó en la misma esquina de la camilla donde habíamos platicado ya muchas veces.
     Su compañía cambia las cosas. Su voz derrite el frío hielo que me consume en ese cuarto.
     Víctor es mi ángel.

—¡No lo vas creer!

—¿Qué? —Solté una risita nerviosa. No entendía a qué quería llegar, qué lo hacia tan feliz.

—Me contaste que tu mamá trabaja mucho para poder pagar tu estancia en el hospital, los tratamientos y ajá. Por lo que supongo que ella no ha podido pasar mucho tiempo contigo, ¿verdad?

     Asentí, aun mas curioso.

—Vendimos algunas cosas, y con algo de ayuda obtuvimos bastante dinero para tus tratamientos. Tu mamá no tendrá que trabajar tanto tiempo, ¡podrás pasar mas tiempo con ella, e ir al cine juntos cómo antes!

     Quede boquiabierto. No sabia qué decir.

     ¿Que cosas habían vendido?, ¿quien los ayudó? ¿Todo era verdad?

—¿Eh, eh? —Nunca lo había visto tan sonriente y animado.

     Mi boca tiritaba una sonrisa nerviosa. Estaba muy emocionado, y no sabia cómo expresarlo.

—Gracias —susurré, tapando mi rostro, mientras sentía lágrimas acumularse.

—¿Ah? —No me escuchó. Además de el volumen de mi susreo, mi voz no era clara.

—Gracias —Lo miré por fin a los ojos, riendo como nunca creí que lo volvería a hacer. Irónico: lágrimas caían por mis mejillas, pero mi rostro prestaba la sonrisa mas sincera en mucho tiempo.

     Que bien se siente llorar de la alegría.

     Vaciló unos instantes, hasta por fin volver a sonreír con la misma intensidad con la que entró. Prosiguió en abrazarme.

—Te quiero, Javier.

     Lo abracé fuertemente, deseando que nada en el mundo lo alejara de mí.

—También te quiero.

    

Dame alas para volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora