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Víctor

"Como grito de triunfo, que tu voz confirme la fuerza que te queda, siempre".


—... ¿Eh? En... ¿En serio?

     No supe como reaccionar en el instante. "¿Javier irse?". Ya era suficiente con que la enfermedad no me permitiera tenerlo en mi vida, y ahora el cambio de hospital no me dejaría ni estar con él en el tiempo que le quedaba de la suya.

     Se rasco la nuca en medio de ese decepcionante ambiente, para después proseguir explicando.

     Con esa noticia, ahora mi cumpleaños perdió toda la gracia que parecía tener en un principio.

—Pero... —Soltó una nerviosa y ligera risa—, no te pongas así, es que me llevarán a allá para hacer algo con mi enfermedad.

     "¿hacer 'algo'?", ¿a qué se refería?
Sentí un inexplicable entusiasmo, pero terror a la vez.

—¿Recuerdas que me preguntaste hace tiempo el por qué no me so metían a mi a esas dietas u procedimientos que tuvo Stephen Hacking? –preguntó—, pues es eso, tratarán de mejorar mi estado, quizás detener la Ela en el estado en el que está ahora, como pausarla por siempre, más no eliminarla.

     Abrí enormemente los ojos, haciendo una "O" con la boca. "¡¿cura?!", ¡había cura! No me lo podía creer.

—Aunque no es una cura en sí, sino, una forma de vivir más y evitar que los musculas me contraigan y me maten de asfixia —Dijo.

     Esas palabras probablemente fueron las más crudas y desalmadas que escuche viniendo de él, ¡pero no importaba! Porque viviría.

—¡¿Entonces vivirás?! —Mi expresión tuvo que ser chistosa, pues rió ante ella con ligereza.

     Con una sonrisa de oreja a oreja, y sus ojos transmitiendo de nuevo calma y paz asintió.

—¡OH POR DIOS! —Esconder mi emoción me fue imposible—, ¡Javier, ¿en serio?! Es grandioso, ¡más que grandioso! —exclamé casi a gritos eufóricos, con movimientos de manos dignos de un lunático—, e-es, ¡in-increíble! Yo... ¡Estoy muy feliz por ti! —la emoción me impedía incluso hablar sin tartamudear.

     Sin pensarlo dos veces, lo abracé eufórico.

     ¡Vivirás! No sé ni cómo expresar, ¡vivirás!

—Pero no nos veremos, ¿no... No te importa? —dijo después, sonriente, pero con cierta tristeza en su tono.

—Lo que me importa es que estés bien, m-me importa que p-podrás vivir, y qui-quizás volver al colegio, ¡podremos incluso viajar por el mundo juntos! Tal como tu querías: viajar y conocer todos lo países —Con la emoción de un niño pequeño al recibir su tan deseado juguete, no podía creer como po fin la vida parecía sonreírnos a ambos.

—Entonces está bien —Con una sonrisa de boca cerrada, noté como sus ojos se cristalizaban.

     Quedé perplejo, pero aún entusiasta.

—¡No llores! —ordené, jocoso—, esto es estupendo, t-tú estarás bien, tu vida estará bien, ¡estamos bien! —Levanté los brazos hacia arriba, como un signo de triunfo y orgullo, mientras los tonos anaranjados del cielo pasaban a un azul opaco, con sólo un par de lejanas y casi imperceptibles estrellas.

—Lo sé —lágrimas caían como cascadas por su rostro otra vez, pero aún sonreía—, es que... Tenía mucho miedo, Víctor, tenía miedo. Aún lo tengo —Pasó la manga de su sueter por su nariz mocosa—, P-pensé, p-pensé que yo, yo iba...

     Me agaché un poco, inclinandome.

—No tienes porqué tener más miedo —dije, con una mano sobre su hombro-, jamás, ya nunca más tendrás que temer, ¿de acuerdo? Ahora estás a salvo.

     Con medio rostro tapado por su mano que lo limpiaba, me sonreía temblorosamente.

—Y cuando regreses, estaré aquí. —agregué.

     Extendió sus brazos, ahora él abrazándome a mi fuertemente.

     Murmuró una frase continuamente, consecutivamente, pero casi como balbuceos, los cuales no comprendí por su bajo tono sollozante y su complicada forma de hablar que había desarrollado hace ya un tiempo con esa enfermedad.

     Y así, bajo aquella temprana noche, el frío se volvió cálido, la oscuridad brillante, y la fe nuestro salvavidas.

     No importa si estas lejos, porque estas acá.
 

Dame alas para volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora