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Javier.

"No sé si estoy listo para perdonar. Sé que vivir con rencor esta mal. Si no hubieras vuelto, en esto no tendría que pensar".

—Asegúrate de que me vea guapa —dijo mi tía sentada en una silla a mi izquierda, mientras la dibujaba.

—La belleza esta en los detalles reales —mencionó mi madre observando mi lienzo—, no la persona como tal.

—¿Estás insinuando que soy fea?

     Escucharlas discutir siempre me hacia reír. Si yo hubiera tenido un hermano, quisiera que fuéramos como ellas dos.

—No no no —replicó mi tía al ojear mi dibujo—, me veo regordeta.

—No eres regordeta —comenté con una amplia sonrisa.

—¡Lo sé! Dile eso al dibujo.

     Mi madre pareció acordarse de algo de repente.

—¡Ay, dios! Se me hizo tarde –exclamó levantándose.

—Dijiste que hoy no trabajabas —repliqué.

     Se acerco a la camilla, dándome un ligero beso en la frente.

—Hoy no trabajo, pero voy a la casa de los Ramírez.

      En ese momento me acordé también. Mi mamá iba a la casa de Victor para hablar un rato con su madre. Me parecía genial que fuesen buenas amigas. También iba a invitar a Víctor a una salida que nosotros tres solemos realizar cada cierto tiempo.

—Cuida a Javi —advirtió mi madre.

—¿Cuidarlo de qué? ¿De las fisioterapeutas?

     Rodeó los ojos con un gesto chistoso, antes de lanzar un beso al aire y retirarse del cuarto.

—Continúa —dijo mi tía—, y bajale un poco la grasita de la cara al dibujo.

     Con una risita chistosa, continué.

     Estuvimos ahí un rato, tan solo faltaban los detalles de su cabello sostenido en una desordenada coleta. Sin embargo, la un enfermero tocó la puerta, abriendo la tras darle el permiso.

—Señora, hay un hombre en la sala de espera diciendo que quiere visitar al chico —avisó él.

—¿Un hombre? —Se levantó, frunciendo el entrecejo.

—Sí, dice conocerlo. Ha estado insistiendo —Parecía molesto, algo agotado.

     Ese mismo enfermero casi fue despedido, puesto que creyeron tenía conexión con el escape de Drake por ser su enfermero personal, pero al descartar eso, solo lo colocaron como mi enfermero.

—Ah, de acuerdo, voy dentro de un momento.

     Acentió con ligereza, retirándose, dejándonos de nuevo solos.

—¿Puedes creerlo? —me dijo ella, indignada.

—No, eh... ¿Quién podría ser?

—... Me refería a que me llamó "señora". ¡Eso es hiriente!

      Reí un poco ante su comentario.

—Bueno, bueno. Soy una tía responsable, sabré que decir —decía para sí misma—. Carajo, Amanda debería estar acá—Con esa última frase se retiro sin más.

     El remolino en mi estómago era innegable. Pensar en quien podría ser aquel visitante me dejaba helado.
      Deseaba verlo lo antes posible, pero al mismo tiempo quería que se fuera sin siquiera presentar su rostro.

      A pesar de no saber quién era, un escalofrío en mí me indicaba lo contrario.

     Sí nos conocíamos.

     La televisión estaba en un canal sobre animales, casi no se oía, nada más se permitía escuchar la voz gruesa del documentalista diciendo algo sobre cobras.

      Vislumbre mi alrededor una vez más.

     "¿Cuánto tiempo llevo acá?", pensé yo con un vacío desconsolador.
      Traté de pensar en algo positivo, que me alejase de aquel recuerdo de cuando entre por primera vez a esta prisión con olor a medicamentos..., pero no pude.

Me quiero quedar en casa —me resignaba, no quería, no aceptaba.

—Acá estas mejor.

—¿Dónde está mi mamá? Por favor llámenla. —no creía ya haber sido vencido en una guerra que apenas iniciaba.

—Tuvo que irse. Ha conseguido un segundo trabajo.

     Absorto, y asustado, solo miraba a la enfermera con suprema confusión.

—¿Cuánto tiempo estaré acá? —Pregunté, ingenuo—, T-tengo que ir a mi graduación y...

—Estarás acá el tiempo que tengas que estarlo. —La frialdad de su frase fue perfectamente maquillada con su dulce sonrisa.

     En ese momento supe que no avanzaría más en este juego que es la vida. Estaba condenado, maldito. Obligado a esperar el momento donde todas las hojas cayesen de aquel joven árbol ornamental.

      La voz de mi tía me sacó al instante de aquellos recuerdos.

—Javier... —Su voz ahora era extrañamente seria. Aún estando en la entrada, prosiguió: —. Tu padre está acá.

     Lo que me temía. Lo que me aterraba y erizaba, estaba ahí, quería entrar al cuarto, como en los viejos tiempos.

     ¿Qué deseas quitarme ahora? 

Dame alas para volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora