Cap 12

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Después de que Tim la dejase en su casa, Lucero se pasó dos horas sentado en la cama completamente aturdida, incapaz de llorar ni de sentir nada. Su futuro acababa de desmoronarse y una parte de ella seguía negándose a creerlo, otra quería matar a Tim por haberle ocultado su pasado, su lado romántico, se decía que que era mejor así, que Tim tenía que estar con la mujer que amaba.
Y era evidente que esa mujer no era ella.
Fue esa frase, llegar a esa conclusión, la que consiguió que las lágrimas empezasen a caer como un torrente por su rostro.
Tim no la amaba.
Ella se había convencido de que lo suyo no era una gran pasión porque, sencillamente, los dos eran personas inteligentes que sabían dominar sus instintos, pero la cruel realidad era que Tim no la amaba. Amaba a una tal Amanda con la que, al parecer, había cometido la locura de casarse de joven. Con ella, con la lista y fiable Lucero Hogaza, no había hecho tal estupidez, llevaban meses planeando la boda, ella tomaba la pildora y él nunca se olvidaba de ponerse un condón cuando estaban juntos. La mayor locura que habían cometido juntos había sido quedarse dormidos encima de la cama con la ropa y los zapatos puestos después de salir a bailar una noche.
Una noche.
Una pareja estable y sensata, definía entonces su relación con Tim, ahora lo hacía como patética.
Lucero miro furiosa la lámpara de la mesita de luz porque allí era donde Tim solía dejar sus cosas cuando iba a verla, la agarró y la lanzó contra la pared. Con ella Tim nunca se olvidaba de nada, nunca hacía nada espontáneo, y a ella le gustaba, ¿no? Ella quería que las cosas fuesen así, o eso creía hasta esa noche.
Lloro hasta quedarse dormida y soñó que Tim volvía al cabo de unos días y le pedía perdón de rodillas. Pero, al parecer, ni siquiera era capaz de controlar sus propios sueños porque cuando el Tim imaginario estaba de rodilla suplicandole que lo perdonase y diciendole que quería casarse con ella, las manos de otro hombre la rodeaban de la cintura desde la espalda y tiraban de ella como si no estuviese dispuesto a dejarla escapar.
Y antes de que ella pudiese ver el rostro del desconocido, este la besaba. Y era el mejor beso del mundo. Un beso que no podía compararse con ninguno de los que le había dado Tim, ni ningún otro.
Un beso que hizo que Lucero se aferrase al pecho del extraño, decidida a quedarse con él para siempre.

Pero entonces sonó el teléfono móvil y la despertó.
Ni en sueños conseguía lo que quería.
No se le ocurrió no contestar ; podían llamarla de la cadena en cualquier momento, o incluso podía ser Tim, que llamaba arrepentido

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