Cap :53

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Fernando agachó la cabeza y le dio otro beso en el pelo. Quería conocer todos los detalles de su historia, saber por todo lo que había pasado de chica, y a que problemas tuvo que enfrentarse, pero en ese momento había algo más importante.
Necesitaba volver a besarla.

--me gusta estar así --añadió con una leve sonrisa.
Él se la devolvió y se agachó para darle un beso. En principio había tenido la intención de apartarse enseguida, pero sus labios se negaron a abandonar los suyos y sus brazos la estrecharon con fuerza. Ella también se acercó a él y suspiró de aquel modo que le hacía perder el control. El poco que tenía siempre que estaban cerca. Abandonando cualquier intento por mantener esa conversación, la primera en la que no se insultaban. Fernando la cogio en brazos y se dirigió hacia el dormitorio.

--se caminar --le fijo ella cuando el interrumpió el beso un segundo para abrir la puerta.

--lo sé --le guiñó el ojo --me gusta llevarte.

Entró con ella y la colocó con cuidado sobre la cama. Estaba nervioso. No era la primera vez que estaban juntos, pero era la primera vez que ninguno de los dos estaba enfadado. La primera vez que los dos se miraban a los ojos y empezaban a besarse y a desnudarse sin ningúna excusa que los justuficase;sencillamente, porque querían estar juntos. Fernando se colocó delante de ella y le tendió la mano, y cuando Lucero la aceptó, la ayudó a ponerse de pie y empezó a desabrocharle los botones de la blusa que llevaba. Ella levantó las manos, las colocó en el torso de él, y mantuvo la cabeza agachada, observando fascinada como los dedos de Fernando temblaban encima de todos y cada uno de los botones.
El malinterpretó el gesto, le colocó un dedo bajo el mentón para levantarselo y encajó los labios con los de ella. El beso empezó despacio, pero no tardó en aumentar de intensidad y pronto los labios de Fernando se movían frenéticos sobre los de ella, robándole el aliento, mareandola.
Lucero se estrechó entre sus brazos y él tiro de la blusa hasta deshacerse de ella, pegándola de inmediato contra su cuerpo.
Ella deslizó las manos hacia la cintura de los vaqueros de él y tiró de la camiseta ;la prenda le molestaba, quería tocarlo y notar la piel y los músculos bajo sus palmas. Frenética y nerviosa como estaba, la camiseta se enredaba entre sus dedos, hasta que él reaccionó y se la quitó en un único movimiento.
Fernando quedó despeinado y la miró con ojos ardientes y sin ocultar nada de lo que estaba sintiendo, ni el deseo ni la confusión. Acercó las manos a los hombros de ella y le recorrió la espalda hasta llegar al cierre del sujetador. Lo desabrochó y lo apartó despacio. Lucero notó que tanto él como ella estaban temblando. No recordaba haberse sentido tan desnuda delante de un hombre, sentía incluso vértigo, aunque al mismo tiempo sabía que se suponía que era así exactamente como tenían que ser las cosas entre un hombre y una mujer. Fernando no dijo nada, la verdad era que parecía incapaz de hablar, y la levantó en brazos para tumbarla en la cama.
Y de repente estaba en todas partes. Tocándola, Acariciandola. La pellizcaba con los dedos, tiraba de su piel. La lamía y la besaba. La mordía. No paraba de decirle con voz ronca cuanto le gustaba. Se detuvo un único instante y se sentó en la cama ;le quitó la falda y las medias y él se deshizo de los pantalones. Cuando volvió a tumbarse, le dio un beso en el ombligo y siguió descendiendo hacia abajo.

--¡Fernando! --suplicó ella, convencida de que moriría del deseo que él le provocaba sin llegar nunca a saciarselo.

--fer --la corrigió él.

--fer...

Sin saber que hacer ni decir, lo único que podía hacer era tocarle los hombros, el maravilloso pelo, la musculosa espalda cubierta de sudor. Fernando era una obra de arte, tenía un cuerpo que la excitaba solo con mirarlo. El cuerpo de un guerrero, de un hombre dedicado a un deporte físico y violento como el fútbol. Antes había creído que sólo era eso, ahora sabía que era mucho más. Y le daba miedo. El debió notarlo porque se apartó de sus muslos, que había estado besando con adoración, y se acercó a su rostro.

--confía en mí, Lucero. Dame una oportunidad, sé que puedo hacerte feliz -- le dijo con absoluta certeza de que nunca se había arriesgado tanto con una mujer. A pesar de que en ningún momento le había confesado lo que sentía por ella (porque estaba convencido de que ella no estaba preparada para oírlo), era evidente que no le pediría a cualquiera una oportunidad de esa clase.

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Chicas dicen que lu tome eso como una confesión de amor ?
Que opinan?

Las reglas del juego #LCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora