Cap :48

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Lucero levantó sus manos y con dedos firmes le Sujetó las muñecas durante unos segundos, pero él la beso repetidamente, pegó su torso al de ella y dejó que notase lo mucho que la deseaba.
Lucero le soltó las muñecas y  bajó las manos hasta la cintura para tirar de él, y juntar sus caderas. Él también bajó las manos, pero para cogerla en brazos. Ella rodeó su cintura con las piernas, y su cuello con los brazos.

--el dormitorio --dijo él apartándose sólo los segundos necesarios.

Lucero, desconociéndose a si misma le respondió :

--al final del pasillo. --y empezó a desabrochar la camisa de las ganas que tenía de desnudarlo.

Él los llevó hasta ahí, y abrió la puerta con el pie.
Los dos calleron sobre la cama, frenéticos por encontrar el modo de desnudarse el uno al otro sin dejar de besarse y tocarse.
Fernando fue el primero en quedarse sin camisa, básicamente porque se lo quitó de un movimiento brusco, y Lucero lo siguió al instante. Ella le arañó la espalda y él le beso y acarició los pechos por encima del sujetador.
¿Por qué perdía el control solo con ella? Fernando solía ser un a ante considerado y refinado, que sólo recurría a los movimientos bruscos cuando su pareja se lo pedía, y no solía excitarlo especialmente. Pero con Lucero su técnica se reducía a la de un adolescente y su único objetivo era meterse dentro de ella y permanecer ahí durante tanto tiempo como ella le permitiese, y hacerla gemir y estremecerse de placer.
Tiró de los pantalones de Lucero y los lanzó al suelo, y ella se peleó con el botón de los vaqueros que él llevaba.
Fernando le apartó las manos, porque si ella lo rozaba, así sea de casualidad, se correría. Le Sujetó las manos encima de la cabeza y sin dejar de besarla se desabrcho los vaqueros, pero no se los quitó. Pará quitárselo habría tenido que apartarse de ella, dejar de besarla y de tocarla, y no se veía capas de hacerlo. La ropa interior de ella le molestaba, el sujetador iba a tener que quedarse porque ni loco iba detenerse lo suficiente como para hacerse cargo de él, pero las braguitas eran otro tema. Podría romperselas, e iba a hacerlo cuando recordó que ya había roto unas.
Y si quería que Lucero le diese la mínima oportunidad, quizá debería demostrarle que era capas de ser más sofisticado que un animal. Soltó el aire por la nariz y empezó a bajarle la prenda por los muslos. Ella levantó las caderas e intentó mover los brazos, pero Fernando no se lo permitió. Lucero entonces apartó los labios de los de él y le mordió el cuello.
Fernando se estremeció de placer y un sonido brutal escapó de su garganta.
¿En que la estaba convirtiendo ese hombre? Ella nunca mordía a nadie, mejor dicho nunca había sentido la imperial necesidad de morder a alguien y mucho menos a un hombre en su cama. Pero con Fernando se volvía loca. Perdía cualquier noción y su cuerpo tomaba el control. No sólo quería morderlo, quería sujetarlo por el pelo y pegarlo a ella, quería lamberle la espalda que parecía no acabar nunca y recorrerlo los pectorales y abdominales con las uñas y ver si temblaban bajo su palma.
La mano de él subió por su muslo y buscó su entrepierna. Y sin previo aviso deslizó un dedo un su interior. Entonces se detuvo.

--fer... --gimió Lucero.

Al oírla decir su nombre, Fernando se serenó un poco y abrió los ojos, no recordaba haberlos cerrado. Había ido al apartamento de Lucero para hablar con ella. Iba a utilizar la excusa que precisaba la ayuda con el informe de la fundación para verla. No había ido allí para desnudarla y hacerla sentir que se moría si no volvía a tocarla.
No podía pensar. Lucero no podía condenarlo a no sentir nada durante el resto de su vida.
Estaba tan furioso y frustrado que había ido a verla para decirle que podía seguír saliendo con él imbécil de La opera y meterse su mensaje por donde le cupiese ;él no era un chico de recados al que pudiese despedir con una frase hecha. Había ido a verla para decirle que él tampoco quería repetir lo de la otra madrugada y que lo mejor para los dos sería no decirle a Tim lo sucedido. Al fin y al cabo, sólo habían echado un polvo sin importancia.
Pero cuando la vio vestida con esa camiseta y esos pantalones, oliendo a vainilla y con restos de harina en la cara, se olvidó por completo del discursito que tenía preparado y se puso más furioso todavía. Y Lucero, típico en ella, reaccionó de un modo inesperado.
Y Fernando decidió que hablar con ella era una completa pérdida de tiempo y que lo que tenía que hacer era besarla. Besarla y llevarla a la cama. Quizá entonces los dos se tranquilizaran lo suficientemente como para mantener una conversación civilizada.

Las reglas del juego #LCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora