72

238 11 6
                                    


La multitud de médicos imperiales partió de la residencia de Mihe, y se podían ver hileras de sombrillas verdes, con sus ropas sueltas arrastrando a través de las carreteras, y su calzado azul pálido entrando en charcos de agua de lluvia, creando una serie de pequeñas salpicaduras. Sus aprendices los seguían, levando sus grandes cajas de medicamentos. El verde claro revoloteaba bajo la lluvia, como las hojas crujiendo con el viento.

Las flores de loto restantes finalmente se dispersaron en esta lluvia, mientras las sirvientas corrían por los pasillos. Una joven entró en la habitación exterior, su flequillo se pegó a su frente por la lluvia. Qiu Sui la llamó, y las dos jóvenes comenzaron a susurrar en los pasillos. Aunque sus voces eran suaves, de hecho, se podía escuchar desde la habitación interior.

—El loto restante ha sido esparcido por la lluvia. La tía Xia dijo que el Príncipe Heredero ama el loto y quiere que levantemos los paraguas para ello.

Qiu Sui suspiró.

—¿Qué podemos lograr incluso si sostenemos los paraguas? Lo que se marchita, se marchitará independientemente. La gente del palacio Jinse se esfuerza demasiado para complacer al Príncipe Heredero.

—En efecto, ya es septiembre, ya estamos entrando en otoño.

Charlando, las sirvientas se fueron, y sus voces se volvieron inaudibles. Fuera de la ventana, la luz fría de la luna seguía siendo brillante y prístina.

Esta habitación había estado vacía durante años, y eso le daba una ilusión de amplitud. En el lado norte de la habitación, una cama de sándalo estaba cubierta por capas de un velo verde pálido que estaba bordado con un ave fénix dorado. A medida que el viento pasaba, los velos verdes se mecían como las hojas de loto que se veían en el lago. La ventana que daba al sur estaba abierta, y más allá de las rejas se podía ver el lago lleno de lotos. Con el viento furioso y el aguacero, las hojas de loto volaron como un trapo; una clara indicación de que estaban a punto de marchitarse. Los sirvientes que querían complacer a su amo remaron sus pequeños botes bajo la lluvia y sostuvieron fila tras fila de paraguas para proteger los últimos parches de loto que aún estaban bajo la lluvia.

Li Ce se sentó en la silla con tristeza, mientras su dedo se frotaba en los brazos de la silla. La pintura roja de la silla ya estaba cayendo. Esta silla había sido llevada apresuradamente desde el almacén a esta sala, por lo que los sirvientes probablemente no tuvieron tiempo para pintarla o traer una más bonita. Al frotar la superficie desigual del brazo de la silla, Li Ce no prestó atención a esos detalles menores. Sus ojos parecían estar cerrados, pero aún estaban abiertos, mientras los estrechaba en una delgada línea, enfocándose solo en la mujer que yacía en la cama.

La condición de Chu Qiao se había deteriorado de nuevo. El médico imperial acababa de dar una larga conferencia sobre los aspectos técnicos de la enfermedad, que afectó por completo a Li Ce, e inicialmente ya estaba furioso. El príncipe, generalmente tranquilo y pacífico, había derribado al médico imperial antes de que la multitud de médicos comenzara a explicarse de una manera más simple.

Parecía que durante este tiempo, el tan necesario descanso había ayudado al cuerpo de Chu Qiao a eliminar la mayor parte del veneno, y sus heridas también se habían curado. La razón por la que ella todavía estaba tan frágil y enfermiza se debía a los períodos prolongados de esfuerzo excesivo a partir de los cuales el estrés se había acumulado en lo más profundo de ella. Todo eventualmente se podía curar con descanso, pero para Chu Qiao, el tiempo era su producto más escaso.

Con una túnica cian y una camiseta blanca, los parches de bordado de crisantemo florecieron bellamente en la ropa de Chu Qiao. Pero su expresión no mostró los mismos sentimientos florecientes, ya que sus cejas se fruncieron profundamente y decoraron su piel excepcionalmente pálida, emitiendo un aura de desolación y desdicha.

La Leyenda de Chu Qiao (Extendida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora