Cientoocho

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Y así fue como Erick bajo a la primera planta con un dólar menos.

Al bajar vio como el hermano de Christopher salía de esta, avisando que tendría turno de noche en su trabajo. Christopher cortaba vegetales mientras que su madre cocinaba en la estufa.

—Creo que ya conocí a el pequeño Thiago.

—¿¡Enserio!?— dijo emocionado el pálido con un brillo en sus ojos— ¿Dónde ese demonio? Quiero verlo. Lo he extrañado mucho.

Erick sonrió, enternecido por la forma en la que la familia Vélez era muy unida. Se unió al pálido, pelando las papas que habían en la mesa.

—Y, ¿Dónde está su mamá?— preguntó el pelinegro, solo para tener tema de conversación.

—Fue por cigarros.

Erick asintió, confundido pero aceptando la respuesta.

—¿Y cuándo vuelve?

—No sabemos.

Erick frunció el ceño, apuntó de volver a preguntar sobre lo antes dicho.

—¡Tú!— el grito de una mujer se escuchó, al mismo tiempo que un zapato aterrorizaba en la nariz del castaño—¡DEJA DE DECIR MENTIRAS SOBRE MI!

La mujer de cabellos anaranjados entró, saludando a la madre de Christopher y dándole un abrazo a el ojimiel.

—Jonathan te extrañaba— dijo la mujer, dándole un zape después— Y Thiago también.

Christopher le miró con el ceño fruncido, para después mirar al ojiverde y sonreír— Él es Erick, me acompañara estas vacaciones aquí.

Erick se paró de su silla y estiró su mano, saludando y mostrando respeto.

Teresa sonrió, viendo al chico de lindos ojos— ¡Que tierno que eres!, no creas lo que te diga este vándalo. ¿De dónde conoces a este patán?

—Pues yo...

—¡TÍO CHRIIS!

El pequeño niño corrió desde la puerta de la entrada hasta llegar a los brazos del ojimiel, quién lo cargo y junto sus naricitas en señal de amor.

—Te extrañé mucho, pequeño demonio.

Thiago soltó risitas, mientas que con sus dos pequeñas manos tomaba los cachetes del pálido y jugaba con ellos.

Erick sonrió, llevándose un hermoso recuerdo de Christopher y el pequeño castañito.

—Thiago, te presento a Erick.

El infante volteó hacia donde apuntaba el castaño mayor, viendo al chico al que le había pedido un dólar.

—Ya nos conocíamos— dijo Erick, acercándose al lado del pálido y tocando con su dedo indice una de las mejillas de el niño— ¿Te gustaron tus cheetos, Tiagui?

La cara del niño fue un poema, diciendo con la mirada claras palabras que Erick entendió.

La jodiste.

—¿¡QUÉ TE HE DICHO DE COMER CHEETOS, THIAGO!?

Pollito (Chriserick)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora