Treinta

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Christopher entró a su departamento.

Cansado.

Como siempre.

Dejó sus cosas en la isla de la cocina y volteó hacia el sofá.

JESÚS, MARÍA Y JOSÉ APIÁDENSE DE MI.

Una sola palabra para explicar todo.

Erick.

Sus ojos se abrieron de sobre manera al ver la escena frente a él.

En el sillón, tumbado boca abajo, yacía el cuerpo de su compañero de cuarto, quien mordía su pulgar. Su cabello está alborotado, dándole una imagen bastante tierna. Tenía puesta una sudadera rosada. Y esos shorts...

Vaya que quedaban apretados.

Un pequeño short rojo era lo que tenía puesto Erick. Podría decirse que llegaban MUY arriba de sus rodillas. Sus muslos aprestaban dicha prenda al igual que su retaguardia, haciendo que se vea por completo la figura del menor.

Pudo apreciar el cuerpo de Erick por primera vez.

Diablos, a comparación de él, el niño se ejercita a bien.

Christopher negó repetidas veces con su cabeza, tratando de dejar de pensar en como el enorme trasero del chico se notaba en esos shorts y se acercó a este.

Erick tenía puestos los audífonos, pero su volumen era tan alto que Christopher alcanzaba a escuchar lo que sonaba.

«Se dice que si vas al espejo y dices Támara diez veces con una vela encendida y las luces apagadas, al instante verás el reflejo de la niña con el cabello...»

Erick tenía la mirada fija en la pantalla, ni siquiera parpadeaba debido a la concentración que le daba al video.

Christopher sonrió maliciosamente. El chico no tenía ni idea de que él se encontraba detrás de él.

Se inclinó detrás de él y tocó bruscamente sus hombros.

—¡BU!

Pollito (Chriserick)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora