Capítulo 54

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En mi vida un nuevo día siempre significaba un nuevo problema, pero jamás me esperaba uno así.

—Buenas tardes —la mujer detrás de la puerta me sonrió con todos sus dientes.

Me moví incómoda en la puerta y traté de sonreír pero parecía más una mueca de disgusto.

—Hola —acomodé mi cabello detrás de mis orejas y mire para dentro de la casa —¿Y mi padre? —pregunté nerviosa.

—Está en la cocina. Adelante —me invitó a pasar con un movimiento de cabeza y entré a la casa sin querer realmente entrar.

Sabía perfectamente que esto había sido un plan de mi padre. Me había invitado a su casa a ver una película y comer pizza con Emma pero llegó aquí y me abre la puerta su esposa. Él no entendía que yo no estaba lista para conocer a mi madrastra.

—Hola, hija —mi padre salió de la cocina con una gran sonrisa y yo lo fulmine con la mirada.

—Eso es trampa —le dije sin responderle su abrazo y el soltó una pequeña risa.

—Era hoy o nunca —sabía que se refería a presentarmela.

—Déjame ayudarte con el abrigo —la mujer habló a mis espaldas y sentí sus manos sobre las mangas de mi abrigo pero me hice a un lado.

—No, yo sólo vengo un rato...

—Tú te quedas —mi padre me señaló con la mirada amenazadora y yo suspire resignada.

Le di mi abrigo a la esposa de mi papá y ella se lo llevó al pechera. La casa de mi padre siempre me había encantado, desde la ubicación hasta la fachada, me encantaba ese aire familiar que se sentía en todas partes y los colores cálidos de las lámparas.

—¿Dónde está Emma? —le pregunté a mi padre siguiéndolo hasta su cocina.

—En su habitación, sube si quieres —no dude dos veces en subir trotando las escaleras pues no quería estar abajo con el matrimonio. Me sentía incómoda alrededor de la mujer de mi padre.

—¿Emma? —pregunté cuando llegué al segundo piso pues no sabía cuál puerta me llevaba a la suya. La adolescente se asomó por la puerta que quedaba al final del pasillo y me sonrió con todos los dientes.

—¡Ana! —grito con emoción y salió corriendo para saludarme. Después me arrastró hasta su habitación y me quedé con la boca abierta.

Era grande, era gigante. Una cama matrimonial abarca un pequeño espacio de toda la habitación, había un armario enorme y luces rosas por todos lados, un balcón dejaba ver el jardín y el piso estaba cubierto por una alfombra de peluche lila, pero lo que más me sorprendió fue la inmensidad de instrumentos que tenía. Había guitarras en la pared, un piano en una esquina, un violín encima de su estuche e incluso una flauta.

—Esto es hermoso —dije dándome una vuelta en mi propio eje. Me daba envidia, era la habitación que toda chica quiere, era la habitación que yo siempre había querido cuando era adolescente.

—La mayoría de las cosas me las obsequian mis abuelos —se encogió de hombros mientras corría por la habitación recogiendo el desastre. Había ropa tirada por todos lados.

—Eres muy afortunada —le dije con toda la sinceridad del mundo. Ella se detuvo un momento de limpiar para mirarme y sonreír.

—Tu también lo eres, Anelisse —dijo mientras cerraba las puertas del armario —¿Dónde están tus abuelos? —me preguntó apagando la televisión.

—En Los Ángeles —contesté. La última vez que había hablado con mi abuelo fue hace dos días y al parecer todo estaba bien. No podía esperar a verlos —Son como mis papás, pero no los he visto en meses.

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