XXIX

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01 de septiembre de 1979

Soy un completo tonto y supongo que también estaba un tanto desesperado, pero eso no justifica que actué como un impulsivo Gryffindor sin cerebro y no medí todas mis opciones antes de lanzarme a buscar la ayuda a la única persona que nunca me prestaría ningún tipo de ayuda; mi hermano.

Supongo que el trastorno de mi madre debe estar atacándome más rápido de lo que hizo con ella porque no encuentro otra explicación por la que decidí ponerme en ridículo a mí mismo frente a un bar lleno de personas.

Fue ayer, desde que me detengo en la cafetería muggle a algunas cuadras de mi casa he comenzado a mantener la costumbre de llevar conmigo la moneda de su mundo, juro que ese es uno de los pocos sitios no mágicos que he pisado hasta ayer, cuando tontamente decidí seguir a Sirius luego de que lo vi caminando por el callejón Diagón.

Yo estaba vagando solo, con las manos en los bolsillos dando mil y una vueltas en mi cabeza al dichoso relicario del señor oscuro cuando a lo lejos vi a Sirius, vestido como un muggle, entonces se me paso por la cabeza de que él sería la persona perfecta para descubrir que es eso tan importante que ha escondido mi señor, tenía sentido en ese momento, Sirius es miembro de la Orden del Fénix y me consta que desprecia a todos los mortífagos.

Así que lo seguí a una distancia prudencial, para ser miembro de la Orden y saber que estamos en una guerra (muy disimulada pero de la que todos están enterados) mi hermano no se dio cuenta de que lo seguía, tal vez fue también mi entrenamiento como mortífago, no soy bueno atacando pero en defesa y sigilo me defiendo bastante bien, salimos al mundo muggle, Sirius se perdió entre la gente, yo por otra parte llamaría la atención tanto como un dragón sobre el ministerio, la gente ya comenzaba a mirarme extraño y no todos eran como la agradable mesera muggle del café a donde iba, que siempre parecía divertirle mi atuendo pero nunca me dijo nada, la gente alrededor mío comenzaba a señalarme y era más atención de la que quería, si alguien (Entiéndase mortífagos) me veían buscando a Sirius, mínimo el Señor Oscuro me cruciaria hasta que no pudiera salir de la cama en una semana, sus castigos son muy malos, no quisiera sentirlos de nuevo, su crucio es incluso peor que el de mi madre  y con eso digo bastante.

Así que me escondí en un callejón y cambie mi apariencia a ropa muggle con la que descubrí estaba más familiarizado de lo que debería, últimamente parece que a pesar de todo, paso mucho tiempo en el mundo muggle.

Sirius se había alejado bastante pero logre encontrarlo en poco tiempo, mientras entraba a un bar muggle donde me apresure a entrar yo también, mi sentido común me advirtió que no era buena idea que me acercara a Sirius, estuve a punto de dar media vuelta y marcharme, ya encontraría otra forma de hacer frente a lo que había descubierto, pero no tuve la sensatez de hacer caso a mi intuición así que me quede en la esquina opuesta del bar, mientras Sirius coqueteaba descaradamente con una muggle horrorosa ¿Es que no sabe que no deberíamos rebajarnos tanto? ¿No se a enterado que estamos en guerra y no hay tiempo para arriesgarse haciendo de galán para cualquier desconocida? Pero en ese momento, inconscientemente comencé a pensar que él no debería ser tan amistoso con muggles, no con las intenciones que parecía tener con esa muggle y que ella parecía tener con él, podría manchar el nombre de nuestra familia si cometía un desliz y ya habíamos tenido bastante, pero me detuve allí, no sé porque pero estaba ¿Cómo explicarlo? No se me ocurren palabras para escribirlo, mis pensamientos me asustaron pues encajaron tal cual con las palabras de nuestro señor en sus discursos, y me encontré reviviendo ese recuerdo; la sala oscura mientras el, delante de nosotros, sonreía y con su voz aterciopelada nos decía que no debíamos tener ninguna misericordia con los traidores de sangre y sangre sucias, mientras cada pocas frases lanzaba un crucio a una pobre mujer embarazada que luego me entere era una bruja y el padre de su hijo, era un muggle, los ojos de nuestro señor brillaban de asco cada que desviaba de nosotros la mirada y la volteaba a la mujer tendida en suelo, temblorosa y suplicante, creo que suspire de alivio cuando pareció cansarse de torturarla y le lanzo un avada... de las opciones que tenía, aquella era la mejor.

El diario de Regulus BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora