Veintinueve

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Una carta sin abrir yacía olvidada junto a la ventana, cinco libros estaban esparcidos descuidadamente sobre el escritorio, dos abiertos y los cinco lo suficientemente viejos como para que cualquier museo los deseara, junto al tintero había una pluma en la que se había grabado sobre la lámina de oro "Toujours Pur". A un paso de allí, sobre las repisas se podían notar, medio olvidados, un portarretratos que otrora llevará la fotografía de una hermosa sangre pura de cabello rubio y ahora volteado descuidadamente a un lado lucía penosamente vacío, seis trofeos al primer lugar en concursos de piano y otros tantos de concursos de oratoria se apelaban desgastados en una esquina, junto a estos, rompiendo completamente la armonía de excelencia, estaba otro que vergonzosamente inscribía el segundo lugar en un concurso de poesía que tuvo lugar un olvidado otoño de 1968; una cajita con las canicas del juego de gobstones, una perinola silbante y una snitch dorada que habían sobrevivido al resto de sus juguetes infancia, se llenaban de polvo en una de las repisas inferiores, el anillo, que hacía juego con el guardapelo que se escondía ahora en una cueva sombría y lúgubre, tenía un lugar junto a un par de costosísimos gemelos de diamante que había llevado durante el funeral de Orión Black y allí, con el cristal medio oscurecido, estaba la fotografía del equipo de quidditch de Slytherin, tomada durante su último año cuando en su aspecto se notaban las preocupaciones y culpas.

Se había echado a la cama, mirando al techo con desánimo, se incorporó con pereza, como si fuera bastante más mayor que los diecinueve años que tenía y se encaminó por primera vez a ese cuarto que había estado cerrado desde sus catorce años.

Lo culpaba en parte por sus dudas, o más bien por su intención actual de olvidarse del lema familiar, Sirius había pensado siempre saber demasiado como para perder el tiempo aprendiendo más; estudiar no es divertido ¿Y de qué sirve la juventud si uno no se la disfruta? Los años se irán pronto y uno no guardará de la infancia ni del colegio más recuerdo importante que el de los momentos divertidos. Regulus había resoplando ante esa perspectiva tan poco responsable de la vida y se había esforzado por ser exactamente lo contrario de lo que su hermano quería ser, si Sirius se quejaba de las clases de caligrafía, Regulus las repasaría hasta que le dolieran las muñecas, si Sirius solo tocaba el piano cuando el maestro venía a darles clases, Regulus repasará día y noche para que su madre se sintiera orgullosa, si Sirius dejaba las tareas a medias y se escapaba a jugar con los niños del vecindario, Regulus las terminaría y luego se entretendría alistando las demás lecciones que todavía no estaban perfectas.

Regulus había llegado a casa al borde del llanto cuando sacó el segundo lugar en el premio de poesía, sus padres no comentaron nada aparte de que debía hacerlo mejor la próxima vez, por su parte Sirius rodó los ojos y lo llamó exagerado.

Había algo diferente en el cuarto de Sirius ahora, algo que no hubo hace años cuando visitaba a su hermano antes de que entraran a Hogwarts, algo que no estaba las veces que había entrado en esa habitación después de que ambos entraran al colegio, no eran los carteles de mal gusto de mujeres muggles casi desnudas, no eran los colores Gryffindor tan brillantes que lastimaban los ojos, no era la fotografía de los cuatro merodeadores a los que siempre había detestado, no era la capa de polvo ni el sonido de unas cuantas ratas huyendo despavoridas por su intromisión. Había algo en ese cuarto además de las huellas de su hermano adolescente, él único hermano al que recordaba, reparo en las botellas vacías junto a la cama cuando se sentó sobre está, pero no era solo eso, era un aire desolado que parecía haberse quedado atrás de forma incorpórea, era quizá el último remanente de ese hermano al que se había negado a ver y al que nunca había conocido, el que había sido encerrado en Azkaban y seguramente había perdido mucho de sí mismo allí, el Sirius Black de treinta y seis años. Se subió sobre la cama y se arrimó contra la cabecera, y cerró los ojos.

No había pensado mucho en el Sirius adulto, en su mente Sirius tenía veinte años menos que los que debía tener cuando murió y era el idiota que consideraba divertido echar bombas fétidas en clases, intento recordar al hombre que durante la batalla del ministerio no había tenido tiempo de ver bien ni examinar, pensó en los detalles que le habían contado sobre Sirius, nada realmente profundo porque siempre había evitado el tema, por récor al comienzo, por dolor y culpa después.

El diario de Regulus BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora