Capítulo 11

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Recuerdo que cuando tenía catorce años tomé la firme e irrevocable decisión de que era hijo único, y se lo conté a todo el mundo en Slytherin, recuerdo que Severus rodó los ojos y no comentó nada, nunca lo necesito para hacerme entender que encontraba innecesario mi comportamiento de ese momento, pero los demás me felicitaron por la decisión, desde ese momento hasta el día de la cueva, incluso después, intenté mantener mi palabra y no acordarme de que tenía un hermano, pero borrar la costumbre era más difícil que quemar un nombre en un tapiz y aunque logre no llamarlo hermano en voz alta casi siempre, aún tenía la mala costumbre de hacerlo cuando escribía y pensaba.

Borrarlo de la memoria me dejaría enormes lagunas en mi infancia, no tanto en el colegio, solo luego de su muerte pude admitir que a pesar de todo, seguía queriendo esos recuerdos en mi cabeza. ¿Por qué estoy hablando de esto? Ni yo mismo lo sé, es difícil mantener la cabeza centrada cuando te estas hundiendo en la negrura interminable de un río que desde fuera no se veía tan profundo, parece que Severus será incapaz de salvarme, salvarnos... ¿Dónde están los demás?

El agua es oscura y no puedo ver, aun así no podría hacerlo bien, no me gusta el agua, apenas sé nadar y lo poco que puedo mantenerme a flote es gracias a las indicaciones semi preocupadas de Severus cuando le dije que me asustaba el agua porque nunca había aprendido a nadar, luego de intentar enseñarme un poco mientras buscábamos ese collar que se le había caído, se le acabó la paciencia y optó por mantenerme vigilado mientras estábamos cerca del agua, no era extraño que se comportara así, a veces hacía lo mismo cuando me enseñaba pociones pero en eso yo le insistía a retomar las practicas, con el agua no, como no me gusta prefería evitarla.

Ahora me arrepiento por primera vez, la anterior, esa que no puedo quitarme de la cabeza ahora, no tuve mucho tiempo para pensar en que no podía nadar, habían imágenes horribles en mi cabeza, quería morirme y esas manos que se cerraban en torno a mis piernas y brazos aunque apretaban demasiado y rasguñaban eran solo una parte más de la terrorífica visión, no pensaba con claridad, el miedo estaba allí mucho antes de que las manos de los cadáveres me atraparan, la falta de aire o el agua respirada fue un golpe rápido que se detuvo de pronto y en medio de todo eso, solo perduró al final el infierno, no sé cuántas veces vi una y otra vez las mismas cosas, las atrocidades que había cometido y las que había sido obligado a presenciar, miles de visiones en medio de las reuniones de los mortifagos cuando dejaron de ser amigables y nos sentamos a ver a nuestro líder torturar a alguien, eran recuerdos, pero también imaginación, una y otra vez el desagradable veneno me hizo volver a vivirlo, una y otra vez tuve que verlo completo o lo que mi mente creía que era completo, esas partes que me perdía cuando todo se volvía negro y terminaba dormido inclinado en el hombro de algún otro mortifago junto a mí, no eran mortifagos al azar, si lo hubieran sido seguramente Bellatrix se enteraría y se burlaría de mí en una especie de reclamo-regaño que eran sus únicas formas de comunicarse conmigo en muchas ocasiones, casi siempre elegía sentarme junto a Armand, el hermano menor de Lucius que también era familia, tampoco la pasaba muy bien esas tardes pero se mantenía consiente toda la función, también estaba Antonella, una risueña sangre sucia que había ido un año por encima de mí en Hogwarts y que era tan hábil que había podido hacer que le perdonaran su condición, apenas habíamos hablado en el colegio pero siempre fue muy amable, creo que estaba acostumbrada a recibir insultos con una sonrisa; un par de veces fue Basilio quien amablemente mantuvo el secreto de mis desvanecimientos aunque nunca oculto que lo consideraba vergonzoso, por último estaba Severus, aunque no teníamos las mismas actividades, durante esas tardes cerraba su mente y mantenía su rostro impasible, su mano sostenía mi brazo cuando comenzaban las reuniones, siempre de una manera muy discreta, y me despertaba después susurrando muy bajito un hechizo que se sentía como un balde agua fría.

Pero en la niebla confusa de la poción que había tomado estaba siempre solo, mis compañeros llevaban todos sus máscaras puestas y yo no era capaz de reconocerlos por las sutiles joyas y demás pistas de sus identidades, los únicos rostros humanos en la multitud (o casi humanos) eran nuestro líder, mi prima y su nueva víctima, a veces una víctima real, otras una persona que había conocido, no importaba quien fuera.

El diario de Regulus BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora