Diez

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Regulus jugaba con su varita usando encantamientos simples para matar el tiempo, le gustaba leer pero a veces necesitaba distraerse y hacer algo más, y en su actual situación de aislamiento voluntario no podía evitar aburrirse un poco, y lo verdaderamente malo de aburrirse es que tenía tantos crímenes y culpas en su conciencia que comenzaban a torturarlo, había comenzado a preguntarse una y otra vez qué habría pasado si hubiera tenido el valor de detenerse cuando se sintió inconforme por primera vez, cuando quiso echar marcha atrás y regresar al tiempo antes de tomar la marca para elegir no tomarla, aunque cuando sintió arrepentimiento la primera vez ya era imposible borrarse el tatuaje del brazo y devolver la vida a esa pobre familia muggle, al menos se habría librado de ver tantos rostros de víctimas inocentes cada vez que cerraba los ojos, todas víctimas suyas aun cuando no hubiera sido él quien las había atacado, lo había permitido, los había visto morir sin plantearse nunca hacer nada.

Se había dicho muchas veces en esos momentos que estaba bien, todo el mundo le había dicho que estaba bien, bueno, no todos, pero si la gente que le importaba, sus padres, sus tíos, sus primas, los esposos de estas, sus amigos, los amigos de sus padres, Kreacher y en general todos los que lo rodeaban, excepto Sirius, aunque la manera de su hermano de mostrar su desaprobación nunca había sido muy diplomática... Si tan solo lo hubiera escuchado, Regulus siempre supo que la valentía no era una de sus cualidades, prefería no meterse en líos, no molestar a los demás y no ganarse reclamos, por eso siguió hasta que ya no había salida o redención posible, hasta que no solo sus manos se habían manchado de sangre, hasta que al verse al espejo apenas podía reconocerse en el muchacho de ojos crueles y sonrisa torcida que le devolvía la mirada, y entonces se había roto, Kreacher fue esa gota que derramó el vaso, cuando llegó casi muerto, delirando a sus brazos, cuando temió la muerte de la criatura que lo había cuidado desde pequeño, que siempre lo había consentido y jugado con él... pensó también en ella, la única muggle con la que había trabado una relación cercana a la amistad, lo amable que era, sus consejos para usar ropa muggle que él nunca hacía caso, sus planes para el futuro que le contaba sin que se lo pidiera, sus anécdotas de aquello que ella llamaba universidad y al fin tuvo el valor para dejar de huir, dejar de fingir que todo estaba bien.

Tuvo muchas razones para no hacer beber a Kreacher la poción ese día en la cueva, la primera y la más importante es que no podría ver sufrir a alguien que apreciaba tanto, pero también hubieron razones por las cuales decidió beber la poción él mismo, Hermione le había dicho muchas veces que aquello fue un acto muy imprudente, prácticamente un suicidio, Regulus nunca se había animado a replicarle que de hecho eso era lo pretendía en ese momento, quería huir y habiendo agotado todas sus otras opciones optó por la única que le garantiza la libertad, al menos había parecido garantizarla, antes de que supiera que lo arrastraría a su infierno personal.

Pero esa diosa le había impedido alcanzarla, ahora estaba medio molesto y medio agradecido con ella, admitía que le gustaba estar vivo pero volvía a estar en medio de la guerra y ella ni siquiera le había explicado porqué de todo el mundo decidió elegirlo a él, encadenarlo al horrible mundo y destino del que había intentado escapar haciendo el único acto altruista de su vida.

Quizás nadie se acordara de él, quizá nadie descubriera lo que hizo, tal vez no lo haría ni siquiera Voldemort si no tenía ninguna razón para volver a la cueva pero con ese acto había sentido más ligero el corazón, menos asfixiante la culpa.

La puerta de la sala se abrió haciéndolo saltar de sorpresa, Hermione entró rápidamente y cerró detrás de sí la enorme puerta casi sin hacer ruido, camino rápidamente hacia el cuarto que la Sala de los Menesteres había creado para Regulus y entró luego de dar un par de golpes a la puerta; ella era incomprensible, al menos a sus ojos, confiaba en ella porque la diosa le había dicho que podía hacerlo y aunque a veces dudaba de si le convenía confiar en la diosa, debía admitir que en este momento Hermione Granger era su mejor opción para mantenerse escondido; ella con el cabello muy despeinado, no muy alta, guapa aunque lo disimulaba con maestría, amable y a veces un tanto violenta si Regulus no media lo que decía, para su suerte, tantos años perteneciendo a la familia Black le habían enseñado a controlar muy bien su lengua, pero a pesar de que lo estaba haciendo casi sin dudarlo, Regulus sentía vergüenza de esconderse siempre detrás de ella, dejar que ella lo cuidara, más aún cuando había cometido tantos crímenes contra los de su clase.

El diario de Regulus BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora