Capítulo 63

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Alec

Cuando acepté la invitación de Cece, jamás se me pasó por la cabeza que terminaría consolando a la dulce e inocente chica que un día me atreví a hacer pedazos. Ni siquiera lo pensé.  Sólo acepté aquella invitación para poder verla y torturarme con la imagen de ella sonriendo, porque entonces sabría que el motivo de su sonrisa no sería yo y eso me mataría.

Quise verla una última vez antes de marcharme por completo de Londres, pues ese era el plan. Me iría y la dejaría rehacer su vida, aunque eso significara borrar cada recuerdo de nuestro amor. Podía soportar eso, si eso me aseguraba que ella sería feliz sin mí.

Ahora que lo pienso, soy un auténtico imbécil.

Un cobarde, así como Mackenzie lo dijo.

Debí haber luchado por un nosotros desde el primer momento. Debí haber hecho algo, con tal de estar juntos. Joder, hubiera preferido sacarme el corazón con mi propias manos y desangrarme en completa agonía, antes de haberle provocado todo el dolor que le cause.

Nunca me di cuenta de que su felicidad dependía de mí, hasta que la vi llorar. No me di cuenta de lo fundamental que era ella para mi vida, hasta que me obligué a pasar mis días sin verla, sin tocarla, o besarla. No noté lo feliz que éramos juntos, hasta que el dolor se adueñó de nuestros corazones.

Mis manos se aferran con fuerza al volante mientras que mis ojos se dirigen por escasos segundos hacía el rostro de la castaña. Mi corazón late con frenesí al tenerla tan cerca, después de todo lo que hemos tenido que pasar.

Veo como muerde con nerviosismo su labio inferior y una parte de mí se alegra al no ser el único nervioso por la situación. En sus mejillas aún queda un pequeño rastro de las lágrimas derramadas, sin embargo, eso no le quita lo hermosa que es.

Después de unos largos minutos conduciendo, llegamos a un parque de diversiones. Sé lo mucho que Mackenzie ama esas cosas. La castaña es la primera en bajar de la camioneta y la sonrisa que se plasma en su rostro al ver el lugar al que la he traído hace que mi corazón se agite.

El viento fresco de la noche nos abraza mientras caminamos sobre la hierba fresca y nos abrimos paso entre la multitud de personas.

Una mueca se forma en mis labios.

Odio estos lugares.

Odio todo lo que me recuerdan.

Odio ver a los niños corriendo sin parar, a sus madres arrastrándolos a fuera de las atracciones peligrosas y el centenar de cuerpos moviéndose de un lugar a otro.

A mi mente llegan imágenes borrosas sobre la última vez que estuve en este lugar. Mark cargaba a Kendall sobre sus hombros mientras la mirada de la pequeña se llenaba de ilusión. Mi madre se encontraba haciendo la fila para comprar crispetas y bebidas, y por otro lado, Eva y yo nos escabullíamos para poder subir a la rueda de la fortuna. Amábamos estar en la cima y observar las luces de la ciudad desde arriba.

Era increíble y aterrador al mismo tiempo ver lo pequeño e insignificante que parecía ser todo desde allí.

De haber sabido que nunca volvería a recorrer cada espacio de esta feria con Evangeline, me habría asegurado de hacerlo mejor.

-¿No te parece que vamos muy vestidos para esto?- pregunta Mack, sacándome de mis propios pensamiento.

Me encojo de hombros.

- Te verías igual de hermosa envuelta en un saco de patatas, así que no le veo la diferencia- le digo, y es cierto. Esta chica es hermosa sin siquiera intentarlo.

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