Epílogo - Todo lo que un día fuimos

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CINCO AÑOS DESPUÉS

Los años pasaron, y trajeron consigo grandes cambios.

Mackenzie había tomado la decisión de trasladarse a Estados Unidos a perseguir sus sueños, por lo que sus padres no se interpusieron en eso.

Después de tantos años de sacrificio, finalmente aquella chica de cabello castaño se encontraba haciendo sus prácticas como psicóloga. No podía evitar sentir nervios y emoción al mismo tiempo, pues ella sabía que si aprobaba sus prácticas, pronto estaría saboreando el título de su diploma tan soñado.

Mackenzie se había propuesto a estudiar una carrera en la que pudiera ayudar a muchas personas que se sintieran como en algún punto de su vida ella se sintió. De igual modo, tenía una gran necesidad por saciar su curiosidad respecto a la mente del ser humano en su total expresión. Saber qué era lo que se nos pasaba por la cabeza para llegar a cometer las mayores atrocidades de la humanidad, entender cómo éramos capaces de crear tantas cosas a través de la nada y sobre todo, ayudar al bienestar de las personas.

Ese siempre fue su motor para continuar.

Muchas veces quiso rendirse al no ver sus esfuerzos reflejados, pero luego recordaba la cantidad de veces en las que ella se encontró sola en su habitación, llorando, y queriendo hablar con alguien sobre lo que le pasaba. Recordar a aquella niña insegura que había sido en el pasado, siempre le ayudaba a nunca darse por vencida y seguir avanzando.

La castaña de ojos verdes se encontró nerviosa y asustada hasta la médula, pues hoy se enfrentaría a tres pacientes. Saber que tres personas habían depositado su total confianza en ella, la asustaba un poco, pero debía mantener los nervios a raya, pues  Theo-su gestor de acompañamiento- estaría supervisándola.

La primera persona que entró al consultorio fue una chica de diecinueve años. La castaña procedió a analizar con detalle su apariencia, pues todo era importante en ese momento y nada se le podía escapar.

La chica frente a ella tenía unas enormes ojeras debajo de sus ojos, un indicio de insomnio, tal vez. Llevaba una vestimenta bastante holgada y eso le hizo activar a Mackenzie una alarma en su interior.

¡Por todos los santos! Aquella jovencita era un manojo de nervios mientras hablaba, pero la castaña se dedicó a tomar nota y puso en práctica todos sus conocimientos para orientarla.

A medida que el tiempo iba avanzando, ambas se sintieron cómodas y los nervios se fueron, aunque claro, Mackenzie siempre tuvo un comportamiento profesional ante la situación.

El siguiente que ingresó fue un chico de veintitrés años. Su cara no le expresó nada, por más que ella intentaba leer sus facciones, y por  mucho que se esforzó en hacerlo flexible para ambos, él no daba su brazo a torcer.

Su madre lo había arrastrado hacía allí al ver que se le resultaba difícil asimilar la muerte de su bebé de tres meses, y la repentina ruptura entre su esposa, que aquella pérdida trajo consigo. En lo que el tiempo avanzó, él sólo abrió la boca para lanzarle comentarios ofensivos a la chica.

" ¿Y tú que vas a saber cómo me siento? ¿A caso perdiste a un hijo?  Sólo buscas ganar dinero con los problemas de los demás. "

Y era cierto, ella nunca había pasado por eso, pero a Mack no le hacía falta perder a un bebé para entender el dolor de aquél jovencito. Ni siquiera los comentarios fuera de lugar lograron sacarla de sus casillas. Al final, el chico terminó yéndose por su propia cuenta, faltando veinte minutos más para terminar la sesión.

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