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El oficial Jong Sungguk pensó que esa tarde de lluvia sería como cualquiera: otra inspección de rutina en un vecindario de clase media de la ciudad de Daegu, Corea del Sur. Nunca imaginó que dentro de una casa a...
Moon Daehyun estaba llorando. El último tiempo lloraba muchísimo, algunas veces con excusas perfectamente razonables; el resto de las veces lloraba porque no sabía de qué otra manera sentirse aparte de estar profunda e indudablemente triste.
No era feliz, hace muchos años que había dejado de ser ese niño obediente y alegre que solo buscaba la aprobación de su abuela y se consolaba con su amor.
Y con la misma frecuencia que lloraba, miraba por la ventana del tercer piso. Horas enteras detrás del visillo observando a la gente vivir mientras él continuaba en casa sin amigos, sin padres, sin hermanos, sin poder amar a alguien y ser amado. Tenía a su abuela, claro que la tenía, pero hace tiempo que ella había dejado de ser suficiente para él. Ahora la odiaba más que la amaba, y ese sentimiento podrido y oscuro era el que lo hacía llorar.
Tóxico, se sentía tóxico y enfermo al observarla pasear por la cocina, preguntándose, solo preguntándose y soñando, que si su abuela moría, él podría salir de ahí.
Él podría ser libre.
Solo si su abuela moría, él lo sería.
Porque Daehyun ya no podía más.
No quería seguir viviendo.
No así.
No en esa casa.
No en esa vida que no era vida.
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