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Moon Daehyun no necesitaba cerrar los ojos para imaginárselo, era una escena que nunca olvidaría: su abuela tirada en el suelo de la cocina, afirmándose el pecho, mientras la casa comenzaba a oler fuertemente a quemado. Sin poder colocarse de pie por el dolor, ella había balbuceado una única oración.

—Lo siento, Dae.

«Lo siento» por lo que le hizo y por lo que vendría, porque, para Dae, posiblemente nunca existiría un tratamiento que lo curase. Ese «lo siento» por haber dañado de manera irremediable a alguien que se suponía amó con su vida.

Amor era una palabra que a Moon Daehyun le costaba entender. Sabía que su abuela lo había amado, de la misma forma que entendía que Sungguk también lo hacía. ¿Pero por qué ambos sentimientos parecían ser tan diferentes? No entendía cómo una palabra podía sentirse tan distinta. En cambio, el temor se sentía como uno solo. Y en ese momento, con Sungguk arrodillado a sus pies en ese ático sucio, Daehyun sintió un temor idéntico al que vivió cuando descubrió que el cuerpo frío de su abuela no recuperaría el calor perdido.

Era el miedo a ser abandonado.

—Estabas con ella cuando comenzó su ataque, ¿cierto? —preguntó Sungguk.

Daehyun se quedó sin reaccionar unos segundos. No entendía, ¿por qué Sungguk le estaba hablando como si fuese el Dae de antes? No lo soy, pensó desesperado. El Dae bueno que obedecía no era igual al Dae malo que había dejado a su abuela morir. ¿Por qué Sungguk no los diferenciaba?

—Ella estaba cocinando, ¿o me equivoco? —continuó Sungguk—. El día que te encontré había comida quemada en la cocinilla.

Apenas se percató de que asintió a su pregunta.

—¿Y qué ocurrió ahí, Dae?

—Se enojó —se sorprendió al hablar.

—¿Quién se enojó? ¿Tu abuela? —Dae asintió—. ¿Por qué?

—Yo...

Las palabras se enredaron en su boca sin poder continuar, de nuevo el terror lo invadió.

—¿Tú? —presionó Sungguk.

Dae se hizo chiquito en el banquillo. Sus hombros se inclinaron hacia adelante, buscando refugio en sí mismo.

—Quería... irme.

—¿Y se lo dijiste? ¿Por eso se enojó?

Asintió con los ojos abiertos de par en par por la sorpresa.

—¿Ves que después de todo no soy un bobo?

La caricia de Sungguk sobre su pierna lo distrajo por completo. Bajó la mirada para observar esas manos grandes extendidas sobre sus muslos. Lo acariciaba con pereza, el movimiento iba de arriba abajo. Dae cerró las piernas de manera involuntaria.

—Entonces, Dae —continuó Sungguk. Apartó la vista de sus muslos—, dices que ella te pidió ayuda. ¿Pero cómo supiste eso? —Dae se tocó los labios, indicándole que lo leyó—. ¿Qué sucedió después?

Bajó la barbilla. Volvió a centrarse en las manos de Sungguk, que ahora tocaban sus rodillas. Jugaba con ellas forzándolas a abrirse y a cerrarse.

—Yo... llevé...

—¿Qué le llevaste, pequeño?

—Pastillas —confesó.

—¿Sus pastillas de la presión? —él asintió sin mucho ánimo—. ¿Le llevaste sus pastillas para que se las tomase? —afirmó—. ¿Pensabas que con eso podrías ayudarla?

Still with you/me (Novela)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora