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De percibir una amenaza, el cerebro activaba una serie de «botones de emergencia» para encontrar una salida rápida y eficaz ante el peligro. Esos botones ficticios se encontraban conectados directamente al sistema nervioso, una «red de cables» compuesta por el sistema simpático y el parasimpático. El primero de ellos, una red compleja y bien elaborada que evitaría un desplome emocional, obligando a las glándulas suprarrenales a liberar grandes dosis de adrenalina y cortisona, para que entonces el hígado pudiese soltar azúcar al torrente sanguíneo; todo ello conllevando en un golpe de energía, en un aumento del ritmo cardiaco, en una respiración acelerada, en un oído más agudo, en una mayor potencia en los músculos, y en una claridad mental para resolver problemas incluso antes de entender que tenías un problema.

Si la amenaza pasaba, el cuerpo volvía a la normalidad ante una monarquía liderada por el sistema parasimpático, llevándote otra vez a la tranquilidad. Con las dosis de ambas hormonas y el azúcar ya consumidas por los músculos, el bajón energético era catastrófico.

Esa tarde de martes, estacionado frente a su casa observando la puerta entreabierta y la oscuridad que impedía ver más allá del marco, Jong Sungguk fue gobernado por su sistema simpático.

Ya era tarde, la calle se encontraba iluminada por el tendido eléctrico. La puerta principal estaba abierta, dejando entrever una cueva oscura. Y corriendo hacia él desde la otra vereda, apareció Roko.

Sungguk apagó el motor del coche y se bajó, el perro de inmediato fue a por él. Le acarició la cabeza con la mirada clavada en la entrada de su casa. ¿Por qué Roko estaba en la calle? ¿Por qué la puerta estaba abierta? ¿Lo habían olvidado? ¿Pero por qué la casa se encontraba a oscuras? ¿Dónde estaba Daehyun? ¿Y Seojun? ¿Y Namsoo?

Extrañado y preocupado, se dirigió hacia ella. En ese momento, la puerta vecina se abrió.

Me estaban esperando, pensó Sungguk, de seguro el vecino vigilaba su llegada para hablarle. Era el niño molesto de siete años que le gritaba tonto a Namsoo.

—Oficial —dijo. Si bien conocía su nombre, siempre insistió en llamarlo así, incluso cuando Sungguk aún asistía a la academia—. Estoy con Tocino y Mantequilla... me refiero a sus perritos, no a los alimentos que van en el refrigerador.

Sungguk se alteró.

—¿Los tienes tú? ¿Se escaparon?

—Sí, hace como dos horas. Yo estaba mirando por la ventana y vi que casi atropellan a Tocino, así que fui por ellos. El perro más grande no quiso entrar —hizo un gesto hacia su casa—. ¿Voy por ellos?

Sungguk volvió a girar la mirada hacia la entrada oscura de su casa, llevándose la mano de inmediato al arma de servicio que colgaba del cinto.

—¿Puedo pedirte un favor? ¿Te puedes quedar con ellos unos minutos más?

—Sí, señor.

Sus ojos se volvieron a centrar en el niño.

—¿Sabes si hay alguien en mi casa?

—No lo sé, señor —dijo, encogiéndose de hombros—. Mamá no está y ella no me deja salir hasta que vuelva. Yo solo fui por los perritos porque no quería que les sucediera algo.

Asintió con aire distraído.

—¿Entonces no has visto a mis compañeros de casa?

—Solo al idiota, señor. Llamó a Tocino y Mantequilla a la hora de almuerzo y yo... ya sabe, le grité que estaban en el refrigerador.

Sungguk inclinó la cabeza hacia él.

—Puedes regresar dentro, iré pronto por ellos. ¿Está bien? No salgas hasta que tu mamá regrese.

Still with you/me (Novela)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora