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El paquete morado, impecablemente envuelto que dejaba traslucir una caja rectangular mediana, estaba sobre el centro del escritorio. Jong Sungguk, sentado en la punta de la silla giratoria, apoyaba el mentón sobre las palmas de sus manos contemplando el regalo, preguntándose si acaso tendría que devolverlo, idea que venía dándole vueltas desde que se llevó el obsequio a la oficina.

Era uno de esos días lentos donde todo lo que se tenía que hacer estaba listo, a excepción del papeleo porque eso siempre podía esperar otro día.

Igual de aburrido que él, Lee Minki deambulaba por la comisaría. Primero pasó con un paquete de papas fritas, luego con un helado, ahora devoraba un chocolate. Todo porque la ansiedad lo consumía. Llevaba ya seis horas sin cruzar palabras con Sungguk, y esa pelea al único que le estaba afectando era a él; Sungguk, por otro lado, seguía con la mente en las nubes observando el paquete.

Minki admitía que se moría de curiosidad por saber lo que había comprado, mas no iba a preguntar, no iba a ser el primero en hablar cuando ese idiota todavía le debía una disculpa por haberlo dejado abandonado y encerrado en el exreformatorio y no haber ido por él hasta tres horas después, ¡tres!

«Es que estaba con el chico», recordó a su amigo dientón diciéndole, «se llama Moon Daehyun».

Para cuando Lee Minki pasó con un paquete de galleta, Sungguk habló:

—¿Estás embarazado que comes tanto?

Una galleta se estrelló contra la frente de Sungguk.

—No soy un m-preg, idiota.

Pero le hubiera gustado serlo. Tal vez por eso no era capaz de simpatizar mucho con Moon Daehyun, a pesar de que entendía, en serio que sí, que solo era una víctima. Sin embargo, existían emociones primarias más fuertes, y lo que sintió Minki al enterarse que ese chico del ático era un m-preg, era uno de esos sentimientos detestables.

Porque desde que Minki se enteró que existían hombres con la capacidad de embarazarse, él quiso ser uno de ellos. En su infantil mente alejada de todo mal, un m-preg era algo que siempre deseó ser. Por eso, aunque sonase ridículo, en extremo ridículo, existía una parte de él que no podía dejar de sentir envidia por Moon Daehyun.

Y tristeza, una demasiado grande al descubrirlo encerrado en un ático por la misma cualidad que Minki envidiaba.

—Entonces, ¿por qué estás comiendo tanto? —preguntó Sungguk sacándolo de sus pensamientos.

—No te voy a responder.

—Ya lo hiciste, Minki.

—Pues ya no más.

—Lo sigues haciendo, Minki —cantó Sungguk.

Minki se cruzó de brazos y se acercó al escritorio de su amigo, fijándose, cómo no, en el regalo.

—¿Tú piensas pedirme disculpas por lo de ayer?

Sungguk le mostró su sonrisa de conejito, era demasiado guapo y simpático para que Minki lo odiase por mucho tiempo.

—Lo siento, Minki, pero había algo más importante.

—¿Me estás diciendo que yo no soy importante?

—¿Debo recalcar el «más»?

Minki se estiró por sobre la mesa y lo agarró por la chaqueta para sacudirlo, Sungguk reía como un idiota.

Un carraspeo los interrumpió, ambos se giraron hacia la puerta de la comisaría donde estaba un señor que rondaba los cincuenta años. Se quitó la gorra, dejando entrever una prominente calva, y la retorció con sus dedos robustos. Su ropa estaba repleta de manchas de pintura y yeso. Parecía ser un obrero.

Still with you/me (Novela)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora