Parte 115

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Los espasmos en tu cuerpo por fin han parado, ya no sientes tener más lagrimas que derramar, te separas lentamente de Alfred, utilizas tus mangas para secar tus lágrimas, pero un pañuelo familiar en la mano de Alfred te detiene.

Lo miras asombrado. Él te mira avergonzado.

-Desde el viernes que fuimos a la cafetería no te lo devolví, creo que es apropiado devolvértelo ahora. - Asientes y sin salir de tu asombro tomas tu propio pañuelo y secas tus lágrimas, sonríes, encontrando la ironía en el momento. Desde que le diste tu pañuelo a Alfred no pensaste más en él, asumiste que lo habría tirado o se habría perdido, no le diste mayor importancia, pero tal parecía que el chico lo tenía cargando consigo. ¿Y él era el caballero?

-Gracias. - Murmuras, el vuelve a acercarse a ti, están sentados tan cerca que sus muslos y torsos se tocan, el pasa un brazo atrás tuyo. Acaricia tu espalda de una forma tan tierna que no puedes evitar un respingo y un rubor notable en tus mejillas. - ¿Qué hora es? - Preguntas, intentando cubrir tu reacción. Quieres insultarlo para que se aleje, pero a la vez se siente tan bien estar así con Alfred, que te muerdes la lengua para no decir nada inapropiado. Frunces el ceño, Alfred no te responde, volteas para verlo. - ¿Alfred...?- Abres los ojos impactado, él ya te estaba mirando. Sus ojos están brillando, y te observan a ti y solo a ti con una profundidad apabullante. Hay un brillo de fervor en su mirada que te desconcierta y te deja sin aliento a la vez. - Al...- Él se inclina hacia ti, ninguno deja la mirada del otro, notas como su mirada se fija en tus labios un momento, estas tan nervioso que pasas tu lengua por tus labios resecos, el queda hipnotizado con el movimiento. Vuelve su mirada a tus ojos. Esas ventanas al cielo parecen resplandecer solo para ti. Entrecierras los ojos, no sabes que significo para él, pero pareció la señal perfecta para que acortara el esposo faltante entre ustedes.

Te besa.

No es un beso profundo, rosa tus labios con reverencia, sientes una de sus manos acariciando tu espalda y la otra en tu mejilla, volteándote a él. Tú no te resistes, colocas una mano sobre su muslo, y la otra sobre la mano que está en tu mejilla.

No es tan diferente a besar a una chica, debes admitir que llegaste a pensar que si alguna vez intentabas besar a un chico seria incómodo y desagradable.

Pero a pesar de lo asqueroso que come Alfred, el contacto con sus labios no te generan rechazo.

Él es suave contigo, tu estómago se retuerce de una forma que no habías experimentado antes.

Se separan, él te mira con expresión embriagada. Suspiras su nombre.

-Alfred

-¡Ya llegue!- Y el momento se pierde. Ambos saltan lejos uno del otro, rojos como tomates ante la mirada confundida del pasante. - ¿Me perdí de algo? - Ambos niegan con la cabeza.

-Creo que tengo que ir a clase, nos vemos luego Arthur, gracias por todo doc.- Alfred se levanta apresurado, y con una risita nerviosa abandona la enfermería en una carrera apresurada.

-¡Espera!- Grita el pasante desde la puerta.- ¡Tu pastilla!- El pasante maldice, indignado por haber ido al almacén por nada, tú lo observas despotricar contra estudiantes mal agradecidos mientras intentas calmar el constante palpitar de tu desenfrenado corazón. ¿Qué acaba de pasar?

La vida de adolescente de Arthur Kirkland. HetaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora