Capítulo 34

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Todavía confundido por su conversación con Deborah, Abel regreso nuevamente al castillo, al entrar en la biblioteca observó que Jazeel se encontraba de pie frente a un gran librero dentro de la estancia, hojeaba un enorme libro como si no tuviera peso en sus manos, mientras lo leía con completo interés, al observarlo ocupado, no quiso interrumpirlo, así que sólo se mantuvo de pie en la distancia esperando el momento oportuno; sin embargo al transcurrir varios minutos, se arrepintió de molestarlo y decidido mejor retirarse, pero en el momento fue detenido:

- ¿Te pasa algo? – le pregunto la voz.

- Mi señor, yo – titubeo – realmente no lo sé con certeza – al mismo tiempo que inclinaba su cabeza.

En ese momento escucho el fuerte ruido que fue ocasionado al cerrarse el libro que llevaba en las manos, así que no se animó a levantar la cabeza, temía haberlo molestado, sabía que si lo había hecho no tenía escapatoria, sería castigado en el momento. Sin embargo las cosas no sucedieron como lo pensaba, Jahzeel se acercó a él y le puso la mano en el hombro; al sentirlo levanto la cabeza y pudo ver la profundidad de los misteriosos ojos negros del anciano, quien le hizo la indicación de que se sentara.

En el momento, apareció una joven con una jarra de té y dos tazas, se inclinó ante ellos, les sirvió el té y se retiró tal y como había llegado, Jahzeel tomo la taza en sus manos y comenzó a beberlo, mientras que Abel todavía se encontraba sorprendido sin saber cómo reaccionar.

- Toma un poco de té, te caerá bien – le indicó el anciano señalando su taza.

Abel la tomo y sintió como el calor del líquido bajaba de su garganta asentándose en su estómago, el sabor era dulce y de un aroma muy agradable, por lo que tal y como le dijo, realmente se sintió bien al beberlo, estaba por darle un segundo sorbo, cuando la siguiente pregunta del anciano lo inquietó:

- Tienes muchas dudas sobre tu existencia, ¿cierto? – le pregunto Jahzeel sin dejar de observarlo.

- ¿Cómo lo sabe señor? – y soltó la tasa colocándola de nuevo en la mesa.

- Me doy cuenta con solo observarte – tomó un poco de té - la otra ocasión que viniste, estabas igual, pero no quise presionarte, esperé hasta que tu decidieras hacerlo.

- Espero no ofenderlo señor con lo que voy a preguntarle – se inclinó nuevamente.

- No vas a ofenderme, pregunta lo que quieras saber – mientras seguía bebiendo de su taza.

- Si esa así – respiro hondo - entonces mes gustaría saber ¿Por qué me eligieron para ser un ángel de la muerte? – pregunto dudoso creyendo que le molestaría la pregunta a pesar de lo que le había dicho antes.

- ¿Elegido? mmm – se llevó la mano a la barbilla – esa pregunta me indica que ya sabes que fuiste un humano ¿cierto?

- Sí, ya me he enterado de ello – contestó esperando una reprimenda.

- Muy bien, entonces esta plática será más breve de lo que pensé – le indicó.

- ¿Entonces no hay problema con que este enterado de ello? – pregunto Abel aturdido.

- No, ese no es un problema, la razón principal de que no recuerdes tu vida pasada, es porque la intención es que no sufras ahora y no tengas inconvenientes para realizar tu función, por eso tu memoria se suprime y tu apariencia cambia, recuerda que debes ser imparcial en este trabajo.

- ¿Entonces? ¿tampoco era así? – mientras se señalaba a sí mismo.

- No, tu apariencia así como tu edad era otra – dejo la taza en la mesa - como te habrás dado cuenta en este mundo solo cambias de edad aparente, dependiendo el grado que vayas adquiriendo, así que imagínate – se acarició la barba – el nivel que tengo yo ahora – le sonrió - además no te tortures con ello, esa vida que recuerdas ya pasó, fue parte de tu pasado, ya no existe, ahora eres un ángel de la muerte y eso es lo que debes ser.

El Hijo de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora