Capítulo 24

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En un lugar distante dos seres vestidos de manera elegante como príncipes sacados de cuentos de hadas, se disponían a jugar una partida de Ajedrez, el lugar donde se encontraban era hermoso, contaba solo con unos pilares altos al aire libre, el cielo se veía de un azul celeste impecable, estaban rodeados por un lago con agua tan cristalina que permitía ver la variedad de los coloridos peces que nadaban plácidamente en su interior, se trataba de un escenario majestuoso.

En dicho lugar solo había una mesa de marfil adornada con diversos tipos de flores y sobre ella un tablero de ajedrez tallado en cristal con sus piezas debidamente definidas en color transparente y negro acomodadas para iniciar una partida, a los lados solo se encontraban dos sillas diseñadas con el mismo detalle de la mesa, era un lugar realmente exquisito, sin embargo, toda la belleza del lugar era opacada por los seres que se encontraban sentados de frente uno del otro.

Uno de ellos vestía un atuendo en color blanco bordado con hilos de oro, sobre su cabeza lucía un hermoso cabello largo castaño con una corona dorada, su piel era tan blanca que resplandecía y sus ojos eran de un azul profundo que parecía que cambiaban de tono de acuerdo con el lugar que observara, se trataba del Dios del cielo. Frente a él con la pierna derecha doblada sobre la izquierda, se encontraba sentado el Dios del Inframundo, quien lo miraba con una ceja levantada que mostraban un par de ojos negros intensos, que combinaban con su cabellera del mismo tono, su piel blanca como el hielo, sobresalía a través de la elegante vestidura negra que vestía con bordados en rojo y plata.

El Dios del Cielo tomo a uno de los peones blancos para iniciar el primer movimiento, levantó la pieza con su mano que mostraba unos dedos finos y largos y la colocó dos casillas adelante ante la mirada fija de su oponente, posteriormente el Dios del Inframundo levanto un peón negro y de igual forma avanzó dos casillas, su mano lucia igual de fina que la su oponente, la única diferencia es que portaba un anillo plateado con una gema negra que traslucía un dragón en su interior.

Sin embargo, cuando estaba a punto de realizar el segundo movimiento, el Dios del Cielo se detuvo, soltó la pieza que había tomado y la devolvió a su lugar, ante la mirada extrañada de su oponente.

- Recuerdas cuando éramos estudiantes, Azrael.

- La verdad no recuerdo mucho, eso fue hace bastante tiempo atrás, porque lo mencionas ahora Raziel.

- Bueno, de repente recordé todas las cosas que hicimos juntos en ese tiempo, como andábamos causando problemas porque nos saltábamos las clases y después apurados estudiando en la gran biblioteca junto a – la recordó con ternura mientras la visualizaba en su mente – Helena.

- Helena – suspiro Azrael recordándola – sin ella no hubiéramos aprobado ninguna materia, siempre hacía que estudiáramos hasta tarde, pero que se podía hacer era la única que nos hacía caso y nos toleraba todo – levantó los hombros.

- Así es, todavía no entiendo porque estaba con nosotros, en ese entonces no éramos la mejor influencia, ¿no lo crees? – sonrió de solo recordarlo.

- Al contrario, ella era la buena influencia para nosotros, además teníamos la ventaja de que nadie se le quería acercar por miedo a su padre, así que salimos beneficiados de eso, tuvimos mucha suerte de estar con ella.

- Estás en lo cierto, Azrael, realmente tuvimos mucha suerte de pasar tiempo con ella, porque además de inteligente, era realmente hermosa, no había motivo para estar lejos.

- Tienes razón – tocio Azrael un poco cubriéndose con la mano - llegó un momento que yo prefería pasar el mayor tiempo posible en la biblioteca para poder estar a su lado y .... ¿Qué recuerdos? – sonrió para sí al visualizar esos momentos.

El Hijo de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora