Daenerys II

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Murosblancos era una fortaleza que ya no tenía nada de fortaleza. La Reina Dragón deambuló entre sus derruidas torres, sus antaño bellas espiras caídas de los parapetos y las pocas salas que aún quedaban en pie. Lord Tyrion le había contado que hacía casi un siglo allí había habido un espléndido banquete y apasionantes justas para conmemorar el Día del nombre del señor de aquellos lares. Invitados traidores, rebeldes en contra de la casa Targaryen. Cuando la Mano del Rey, Lord Cuervo de Sangre, llegó, ordenó derribar la edificación piedra por piedra, quemar el blasón familiar y sembrar sus campos con sal, para que nunca volviesen a dar fruto alguno. La Reina observó que así era; nada crecía a la sombra de la otrora hermosa Murosblancos, pero en sus viejas ruinas ella sí encontró belleza, una belleza vieja, marchita, pero enormemente melancolíca, pero todo para ella era melancolíco ahora. «Porque he perdido un hijo —Daenerys Targaryen se llevó la mano al dolorido pecho con amargada resignación— pero no será en vano, no debe serlo. Debo ganar por él, por Poniente. Debo ganar por mi familia» ¿Cómo podría mirar a sus ancestros a la cara y decirles que dejó caer el reino que habían conquistado con tanto esfuerzo? La responsabilidad le pesaba como un lingote de hierro. Lord Tyrion se acercó a ella, observando el lugar con ojos tan curiosos como los de su reina.

—Podéis decirme lo que necesitéis, mi reina. Estoy para eso, ya lo sabéis. La reina caga y la mano limpia.

—No me gustaría veros a vos limpiando mi letrina, mi señor. No podría sentirme a solas de nuevo.

—Hacéis bien, supongo. El último noble al que visité cagando acabó con una saeta en el corazón.

Ambos se volvieron y caminaron hacia el resto de su comitiva: Jon, sus hermanas, Bran Stark, Ser Davos, Sandor Clegane, y Daenon, alejado del grupo, hablando con los Greyjoy. «Se ha apoyado bastante en ellos, han sido como su bastón». Para la reina fue como si su menguante y nómada corte se redujese. Su propia guardia real ahora estaba seriamente reducida. Solo Jhogo y Barristan sobrevivieron a Invernalia, ni siquiera Jorah, su oso querido, estaba allí para apoyarla y, de alguna forma, esa inoperante y variopinta organización comenzaba a dividirse.

La comitiva Lannister se acercó lentamente, en la lejanía, ondeando grandes estandartes de rojo escarlata. Cersei Lannister bajó de un gran carruaje y caminó hacia los Targaryen, con la Montaña unos pasos tras ella. Daenerys salió a su encuentro, seguida de Barristan. Si a Cersei le hizo gracia que enfrentase a su mastodóntica bestia con el vetusto, pero venerable Barristan, no lo mostró.

—Majestad —Cersei hizo una reverencia burlona con la cabeza. Daenerys respondió del mismo modo —Lamento vuestra derrota en el Norte. Ahora todos estamos en peligro, pero no todo son malas noticias, aquí está vuestro hermano, recién llegado del mundo de los muertos.

—Como miles de otros —Intervino Bran Stark, taciturno —Los miles muertos en Invernalia.

Cersei ladeó la cabeza.

—Lamentable circunstancia. —Comentó, pero volvió la vista a los acompañantes de Daenerys — Sansa, Palomita, me alegra verte de nuevo, tanto como a ti, hermano. De camino aquí soñé que teníais los ojos azules. Una pena

—Ya —Respondió la mano de la reina, sonriendo con jocosidad —Y yo llevo soñando con violarte y arrancarte la piel a tiras más de un año. Pero henos aquí, parlamentando, a y punto de otros seres nos maten a nosotros.

—Sí, henos aquí— Cersei miró a Daenerys y sonrió —¿Negociamos mientras paseamos?

Daenerys observó a su alrededor. La mirada de su hermano la atravesó como la flecha de una directa y dictatorial negativa, pero no iban a ganar esa guerra con negativas.

—Será un placer.

—Ser Gregor, quedaos aquí. Quiero pasear con... La Reina Dragón, en solitario.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora