Arianne I

257 19 3
                                    

Su prisión era de seda, pero una prisión al fin de al cabo. Arianne languidecía entre sus paredes tapizadas, lamentándose por su error, y tal vez por no conseguirlo. Ella y sus amigos habían tratado de entronizar a Myrcella, para así desatar la guerra, pero todo había ido mal. Areo Hotah había matado a Arys, a su caballero de blanca armadura, y había apresado al resto de sus amigos, a excepción de Estrellaoscura, que había desaparecido en las arenas del desierto tras herir a Myrcella.

Estaba confinada en la Torre de la Lanza, sin contando con el exterior. Se sentía sola, pero solo se culpaba así misma por lo que había provocado, ninguno merecía sufrir daño, tampoco la pequeña y dulce princesa Myrcella. «Arys —pensó—, mi caballero blanco. —Las lágrimas le llenaron los ojos y de repente volvía a estar llorando, con el cuerpo entero sacudido por los sollozos. Recordó como la alabarda de Hotah le había atravesado la carne y el hueso, como había salido volando la cabeza— ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué desperdiciaste tu vida? No fue lo que te pedí, no era lo que quería, yo sólo quería... Sólo quería... Sólo quería...» Cada noche soñaba con él, y le pedía perdón por haber muerto en su defensa «lo hizo para impresionarme, lo hizo para que yo le viese como un hombre —Arianne se recostó en posición fetal, con las lágrimas brotando y destiñendo las descoloridas mejillas. —Yo lo maté, soy tan responsable de eso como él mismo, que desenvainó la espada.»

Días tras día entraban los sirvientes, dejaban la comida y se iba. Ella les gritaba, les insultaba y les demandaba que obedeciesen sus órdenes, que le contasen todo, pero ninguno decía nada, era obvio que su padre se los había ordenado. «¿Querrá matarme? No, no, eso es absurdo. Es mi padre, él me ama, no me condenaría a muerte —pero ¿Realmente la quería su padre? Recordó la carta que le escribió a su hermano Quentyn hace muchos años, una carta que Arianne descubrió por casualidad donde afirmaba que su hermano sería el príncipe de Dorne, y no ella. — Soy su hija, su primogénita y aun así estaba dispuesto a darle mi trono a Quentyn, que desde niño no pisa los salones de Lanza del Sol». Pero eso no importaba. Arianne esperó días tras día, y días tras día preguntaba a los sirvientes dónde estaban sus amigos y cuándo le recibiría el príncipe. Pero para Arianne el tiempo comenzó a congelarse, la noche llegaba y luego brotaba el sol de forma cíclica, pero ella ya no percibía el cambio «este es mi castigo, quiere que la soledad sea mi prisión, y el arrepentimiento mi carcelero. Cree que esto es un castigo más sutil, pero es pura debilidad. Preferiría los hierros y los potros».

Las jornadas seguían, pero Arianne dormía y despertaba continuamente. Una tarde, cuando estaba comenzando a desesperarse, la puerta se abrió y entró Aero Hotah, con su amante de acero negro en la mano.

—Levantaos, princesita —Dijo —Y vestíos. El príncipe quiere veros.

—Pedidles a Morra y a Mellei que preparen la bañera —le dijo—. Que Timoth me suba comida. Algo ligero. Un poco de caldo frío, pan y fruta.

—Sí, mi señora —respondió Hotah.

Arianne no había oído jamás un sonido tan dulce.

El capitán aguardó fuera mientras la princesa se bañaba, se cepillaba el pelo y mordisqueaba el queso y la fruta que le habían llevado. También bebió un poco de vino para aflojarse el nudo de la boca del estómago. «Tengo miedo —comprendió—. Por primera vez en mi vida, tengo miedo de mi padre.» Aquello le provocó tal ataque de risa que el vino se le salió por la nariz.

Cuando llegó el momento de vestirse, optó por un sencillo vestido de lino color marfil con bordados en las mangas y el corpiño, en forma de uvas y hojas de parra. No se puso joyas. «Tengo que mostrarme humilde y contrita. Tengo que arrojarme a sus pies y suplicarle perdón, o tal vez no vuelva a oír una voz humana en mi vida.»

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora