Daenerys I

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Jaehaera caminaba torpemente sobre la hierba en el Jardín de Aegon. Irri y Jhiqi la sostenían cada una de un brazo, mientras la hermosa niña reía, sintiendo sus piececitos desnudos siendo rascados entre cosquilleos. Daenreys aplaudía a su sobrina con una sonrisa, pero realmente se sentía desasosegada. La habían derrotado en una batalla, sus seguidores habían sido masacrados y ella estaba allí, oculta tras altos muros de piedra valyria, guardada por sus dragones y mil dothrakis, caliente y segura, cómoda y atendida.

—Parece que estás viendo más allá del Mar Angosto —Le dijo Arianne, sentada desde su silla. —Dioses, esta cosa me va a abrir en canal. Pega patadas como un caballo.

—Pues es un dragón, querida princesa —Le recordó ella.

—Y una serpiente de Dorne, recuerda. Dime ¿Dónde está el enano?

—He mandado a Tyrion a supervisar que los dothrakis llegan bien al continente.

—Es una pena, me gusta tener su afilada lengua cerca. Creo que incluso puedo sacarle más de una utilidad.

Daenerys la miró, algo molesta.

—Solo hablas de sexo.

—Es de lo único que merece la pena hablar. Eso y la jardinería.

—¡¿Jardinería?! —Daenerys rio, agarrándose el estómago. —Oh, mira a la pequeña princesa ¡Eh! Ven aquí, mi pequeña.

Jaehaera se dejó caer sobre los delgados brazos de su tía. Era una niña realmente preciosa, casi como un ángel, pero le daba pena que Daenon no mandase cartas para preguntar por ella. Lo último que Daenerys había sabido de su hermano era que estaba persiguiendo a Randyll Tarly por el Mander, pero su carta era más un informe a la reina que un reporte de su estado a su hermana ¿Cómo se había enfriado tanto su relación? Daenerys sabía la respuesta, pero no quería admitir que era su culpa, que ella le había levantado de su dolor y mandado a librar una guerra por ella, cuando él solo quería llorar a la mujer que amaba. «Pero a pesar de todo lo salvé —se decía ella, se recordaba— si hubiese seguido allí tirado habría acabado loco como nuestro padre o sucumbido al patetismo como Viserys. El dragón no muestra su dolor, porque el dolor significa debilidad.»

Daenerys besó la cabeza de su sobrinita y entonces Arianne soltó una pequeña risita, mientras jugaba con un mechón de su pelo castaño.

—Mira quién viene. Nuestro Lobo Blanco.

Jon Nieve se acercaba, con paso seguro. Vestía un jubón semiabierto, negro y con un lobo blanco cosido en el lado derecho del pecho. Llevaba la melena bien peinada la piel le relucía bajo la luz del sol. Cuando estuvo frente a Daenerys hizo una marcada reverencia.

—Reina Daenerys, princesa Arianne.

—Lord Nieve —Dijo la reina —¿Venís a darme una respueta?

—Meditaba sobre ella —Aclaró Jon —Pero os vi entre los árboles y vine a saludaros.

—Entonces os acompañaré en vuestro paseo. —Daenerys ofreció la mano a Jon y él la aceptó, ayudándola gentilmente a levantar y rodeando su brazo sobre el de ella. —Arianne ¿Por qué no llevas a Jaehaera a jugar al estanque?

—¿Tengo pinta de criada? ¡Por el coño de Nymeria! Vamos, ratilla. No, no ¡¿Por qué lloras?!

—La princesa Arianne no es muy buena madre —Comentó Jon Nieve.

—Conociéndola pensará que, si falla, fallará con la hija de otra.

—Ah... osea que la niña no es... ¿Es ella...?

—¿Bastarda? —Pregunto Daenerys, su tono y el comentario hicieron que Jon Nieve hiciese una mueca con cierto desagrado. —En absoluto. Mi hermano estuvo casado anteriormente.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora