La Dama Desconsolada III

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La cachetada de su marido le sobrevino. Elarissa se acarició la mejilla, mientras trataba que las involuntarias lágrimas le saliesen de los ojos.

—Te dije que no te quería volverte a ver vestir de luto ¡¿Estás sorda, maldita ramera?!

—Lo siento, esposo. No sabía que vendrías, perdóname.

—Este es mi castillo, voy y vengo cuando me dé la gana ¡¿No hay en esta pocilga un sirviente?! ¡Quiero un baño!

Elarissa asintió y se marchó. Bajo el torreón y fue a la cocina, donde ordenó a las mujeres que preparasen de inmediato un baño para lord Walder. Ella se puso un paño frío en el rostro, sintiendo el escozor en su mejilla. Hace seis días su hija la había dejado, se había marchado a su nuevo hogar en Isla Zarpa. «He vendido a mi hija por una caja llena de oro», se dijo la señora de Nayland «que la Madre me perdone y que el Desconocido me castigue como corresponda».

Fue a la ciénaga, fuera de los muros del castillo y se sentó sobre una roca. El olor que despedían las pantanosas aguas era fuerte, pero a ella no le importaba, llevaba demasiado conviviendo con ese hedor como para sentirse asqueada. Tenía miedo, mucho. No sabía controlar a Walder. Acababa de llegar de los Gemelos, y solo por verla de luto le había pegado «¿Qué hará si la comida no le gusta? ¿Qué me hará si no le doy placer por las noches o si el herrero no afila su espada?», ella pensaba que estaba protegiendo a su familia cuando pactó con Walder, pero no había hecho más que traerle un peligro a casa.

—¡Señora! —Gritó Maggi, la cocinera —¡Es el señor, ha pegado a Isobelle!

Elarissa se levantó corriendo y ella y Maggie fueron hacia el torreón. Isobelle estaba tirada en el suelo, sollozando, y Walder estaba con Adso en las manos. El niño lloraba ante el pálido rostro del Frey.

—¿Este es el señor de Nayland? ¡Si es una asquerosa bola de cebo!

—¡Esposo, estas no son tus estancias!

Walder sonrió y le pegó con el puño cerrado en toda la cara.

—¡¡Deja a mi nieto!! —Gritó ella, arrancó a Adso de los brazos de Walder y se lo dio a Maggie —¡Vete, Isobelle! ¡Vete!

Walder la agarró del cuello, y al golpeó, la golpeó hasta que le rompió la clavícula y la nariz mientras la llamaba puta, ramera y zorra. La tiró sobre el piso y la tomó mientras presionaba su cabeza contra el suelo, ella trataba de no gritar, pero los alaridos salían y eso a Walder le gustaba. Cuando terminó le dio patada tras patada en la barriga y otras tres en un pie, hasta que la dejó medio muerta allí. Sentía la sangre cayendo por su nariz, bajando por el labio y cayendo en el suelo. Le dolía todo, y al mismo tiempo, pensaba que si cerraba los ojos podría descansar y detener todo ya.

La puerta se abrió y entraron Mirenna, Isobelle y Maggi. Desmond llegó poco después. Elarissa sintió como si volase hacia la cama. Miró a los lados y tocó los dedos de Raymond, que le sonreía. Miró a su derecha y vio a su padre y a sus hermanos. Peter tenía los ojos como el mar. Quería ir a casa y sus ojos se cerraron.

No murió, volvió a abrir los ojos.

—¡Mamá! —Dijo Mirenna, saltando sobre ella. Elarissa le acarició el pelo, pero no tenía fuerzas ­—Llevabas dos días sin abrir los ojos.

—Lo siento, preciosa ¿Y Adso, e Isobelle?

—Están bien —Dijo ella —Tu esposo nos ha dejado tranquilas. Hemos hecho que todo le gustase para que estuviese tranquila.

—Me alegro, pero esto no puede seguir.

—Dijo que cuando despertaras te dijéramos que tenías que prepararte para ir a los Gemelos, que ibas a una boda.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora