Illyrio les prestó su villa, en las afueras de Pentos, junto a sirvientes y algunos de sus inmaculados, para que custodiasen el lugar. La casa no era muy grande, posiblemente la mitad de amplia que el palacio de Illyrio, pero tenía edificios anexos, como una herrería, establos, o pabellones que podían usarse como dormitorios. Llegaron hace más de mes y medio, y la rutina de la casa ya comenzaba a resultarles normal. Todas las mañanas Adso se levantaba, comía y tomaba sus clases con Daenon, dos horas diarias, y luego otras dos horas con Melanthe, que había resultado ser una alumna de lo más inteligente y aplicada. Eso le ocupaba la mañana. Luego, por las tardes, se encargaba de supervisar todo. La casa parecía más un cuartel general que una vivienda. Las tejedoras no paraban de coser estandartes negros y rojos con el dragón de los Targaryen, y luego pasaba mucho tiempo charlando con Procoro y Zenobia sobre las nuevas armas que estaban creando para el príncipe, a veces el mismo ayudaba, aunque la herrera pasaba también parte de su tiempo con el sol que brillaba allí, con Melanthe, que encandilaba a todos y las dos habían desarrollado una bonita amistad que amenizaba las tardes de ambas. Estar allí era un alivio para el alma del joven maestre, trotar por el mundo no era lo suyo.
Luego estaba el caballero. Cuando arribaron Illyrio les presentó a un caballero exiliado, llamado Bennis de Colina Hueca, un caballero errante que había escapado de Poniente tras matar demasiados ciervos del Rey. A Adso no le caía bien, era cuarentón, y parecía que tenía diez días del nombre más de los que de verdad llevaba a sus espaldas, pues su pelo rubio ya empezaba a mostrar canas, y la barriga le colgaba como una bolsa bajo el jubón de cuero. Temía que fuese otro espía de Illyrio, pero tampoco parecía lo suficientemente listo para eso, aunque claro, así nadie sospecharía de él. A pesar de que se había arrodillado ante Daenon y le había jurado lealtad como su espada juramentada, Adso seguía receloso. Se pasaba el día adiestrando al príncipe, y luego a los cincuenta hombres que Daenon había reunido en Pentos. Eran desempleados, sin ataduras a la ciudad y con la necesidad de ganarse la vida, no eran soldados, pero Bennis se encargaba de enseñarles a serlo. Todos los días les hacía marchar al unísono, el primer día iban tan desordenados que parecían estar borrachos, al quinto, parecían haber mejorado, y al vigésimo día, habían aprendido a mantener el paso firme.
Era ya tarde cuando Adso llevó algo de comida a Zenobia y su padre. Ella estaba en la fragua, como siempre. A su lado había apilado un montón de hojas de acero, que luego moldearía y convertiría en espadas para la conquista. Ella ocupaba la parte baja de ese edifico, y su padre la superior.
—Te traigo comida —Dijo Adso.
—Gracias, maestre —Respondió ella, con una sonrisa. Metió el acero en agua, haciendo que brotase una columna de humo, se quitó los guantes y luego fue junto a Adso. Los dos se sentaron en un banco, mientras veían a los soldados marchar —Van mejorando, no sé cómo va el rollo ese de las guerras, las armas y las masacres, pero pinta que lo están haciendo bien.
—Necesitaremos más de cincuenta hombres para conquistar los Siete Reinos.
Zenobia se encogió de hombros mientras cogía una manzana de la fuente que le había llevado el Naylnad y comenzó a pelarla con parsimonia.
—Entiendo que Daenon quiera volver, es su hogar y se lo quitaron ¿Por qué le ayudas tú, Adso?
El muchacho se miró los pies y luego señaló a Zenobia con un dedo acusador.
—Si cuentas algo a alguien te mato ¿eh? —Amenazó —Conozco muchos venenos que te harían morir de forma dolorosa, y tengo muchos en mi nueva habitación —La qohoriense rio, mostrando sus hermosos dientes. Era bella, eso Adso no lo iba a negar, pero era una belleza fuerte, bruta. Era la clase de mujer que prefería dar golpes al martillo que copular durante horas. —Resulta que en un principio me contrataron para espiarle, pero con el tiempo le he cogido cariño al chico, como si fuese mi hermano, o mi hijo incluso. Quiero que tenga un hogar, y en Poniente está su hogar.
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Canción de hielo y fuego: Hijos de Valyria
Fiksi PenggemarEscaparon de su casa en mitad de la noche, con lo puesto, durante años huyeron de ciudad en ciudad, escapando de los puñales de quienes les perseguían y malviviendo en callejuelas y de la corta cortesía de los ricos y poderosos. Viserys, el Rey Mend...