Raymond

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A Raymond no le supuso mucha dificultad encontrar un remplazo para los dos jinetes que había perdido en el bosque susurrante, es más, el Rey Robb le había dado tres caballos que capturaron en esa ocasión, por lo que en aquél momento tenía dieciocho jinetes. Trece eran caballeros, el resto eran simplemente jinetes.

Después de abandonar Pantano de la Bruja Robb Stark les llevó al oeste, a territorio Lannister. Había mandado a su madre a pactar con Renly Baratheon, mientras que, a su amigo Theon Greyjoy, a Pike, a hablar con su padre, Balon. Si la estrategia del joven lobo salía bien los Hijos del Hierro atacarían la costa del occidente mientras ellos dejaban seca la tierra de Tywin Lannister.

Era noche cerrada cuando vislumbraron las hogueras del ejército de los leones, brillando trémulamente en la oscuridad. Fueron los lacustres de Raymond, los comerranas, los apestados del ejército quienes se quitaron las armaduras y fueron hacia el campamento, arriesgando su vida para contar los soldados enemigos. Raymond ordenó a sus hombres dispersarse por el campamento y contar. En total habría unos nueve mil hombres, pero todos ellos estaban durmiendo o yantando alrededor del fuego. Alrededor de las tiendas había colgadas lanzas y ballestas de los cabrestantes, mientras que en torno al centro había docenas de arcos, cruzados, pero sin tensar, y con las aljabas a medio llenar.

Los lacustres volvieron con el ejército norteño. Raymond era gordo, y correr todo el camino le hizo perder el aliento.

Robb Stark estaba junto a su lobo, rodeado de lord Karstark, Umber, Glover y de la férrea lady Mormont.

—¿Qué pasa, comerranas? —Preguntó Gran Jon Umber —¿Estás cansadito? Tranquilo, la guerra puede esperar a que recuperes el aliento ¿Quieres unas moras dulces y vino tal vez?

—Basta, lord Jon —Regañó el rey —Respirad y decidnos qué hay más adelante, lord Raymond.

—Un total de nueve mil hombres aproximadamente, majestad. Pero son jóvenes, y no están vigilando. Solo unos cuantos soldados están separados del resto, haciendo guardia.

—Nueve mil hombres —Sopesó el joven lobo, pasándose el dedo por la sombra de su barba rojiza. —Si son inexpertos podremos cargar de frente, no se lo esperan y cundirá el pánico ¡Montad todos! ­—Ordenó Robb.

Raymons se puso la armadura mientras los soldados avanzaban en grupos pequeños, para que el sonido de los cascos de los corceles no reverberase en la noche, alertando de su presencia a los Lannister. Ser Sapo montó y cabalgó justo detrás de los Frey, ganándose una burla por parte de Stevron «y pensar que tendré que llamar "padre" a ese cabrón, los dioses tienen sentido del humor» pensó Raymond, circunspecto, que ese ser se casase con su madre no le hacía gracia, nada.

Cayeron sobre el campamento Lannister bajo el amparo de la noche. Viento Gris fue al frente, con todo el muro de caballería tras él. Su paso dejó desastre. Los norteños cargaban contra los Lannister, cortándolos a todos. Las hoyas caían cuando los caballos arremetían contra ellas o les pasaban por encima, las llamas se avivaron y prendieron los pabellones escarlatas. La mayoría tenía la sensatez de huir, pero otros pocos llevados por el coraje estúpido de la juventud corrieron por sus armas e intentaron contraatacar. Raymond dirigió a sus jinetes hacia el flanco izquierdo, donde un grupo de lanceros estaba intentando formar, la arremetida hizo que se dispersaran, pero los caballos les pasaron por encima, les pisaron y los caballeros de Raymond siguieron adelante. Las llamas ardieron bajo los estandartes del león, y los gritos enmudecían ante los aullidos de Viento Gris, que despedazaba a los caballos de los Lannister.

Raymond vio como Rickard Karstark guiaba a sus jinetes al centro, a la tienda de mando, siempre en busca de la gloria, siempre en busca de la venganza por la muerte de sus hijos. La sangre Lannister le invitaba a derramarla.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora