El guardia de la reina

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Jorah veía como, a lo lejos, oculta por la densa y fría bruma, Invernalia era un foco de llamas y gritos. Ser Barristan le dirigió una mirada tensa, pero sostenida. Ambos habían estado en muchas batallas antes, ambos habían luchado y derramado sangre por la reina Daenerys. Por ella, Jorah no le tenía miedo a nada, ni siquiera a ese ejército de muertos.

Caminó frente a sus tropas y se acercó al gigantesco lobo de Jon Nieve. Desde que ocuparon esa posición, el lobo se había acostado en la nieve. No se había movido, ni aullado. Estaban en silencio, expectantes, mientras los demás morían y luchaban por sus vidas.

Jorah estaba seguro de que esa bruma traía algo más que una visibilidad reducida y un frío gélido. De alguna forma había conseguido que la reina y los dragones no pudiese seguir atacando directamente al ejército de los muertos. Era un escudo, una barrera en contra de su poder. De ese modo, los muertos podían asaltar Invernalia, de hecho, lo más probable es que ya lo estuviesen haciendo. No había tiempo para detenerse.

Entonces el lobo se incorporó y miró directamente a Jorah. Ladró varias veces y el caballero de Isla del Oso comprendió que era el momento de entablar batalla.

—¡¡A las monturas!! —Gritó a los dothrakis en su lengua —¡Vamos, vamos!

Los dothrakis obedecieron, montando sus cabalgaduras a toda prisa y blandiendo sus arhks reforzados con filo de vidriagón, sus lanzas, y sus lanzas y flechas, reforzadas por el mismo material.

Jorah montó a su caballo, con Barristan y el Caballero de las Flores a su derecha y Ser Bennis a su izquierda, apurando un último trago. Jorah desenvainó ¿Qué grito podía dar? Se planteó gritar las palabras de los Targaryen o incluso unas palabras en dothraki, pero no. Alzó su acero y gritó a pleno pulmón "¡Daenerys, Daenerys, Daenerys!".

Los dothrakis rugieron como bestias y comenzaron a cargar, siendo guiados por el lobo de los Stark. Cabalgaron, dejando una estela de nieva y tierra a su paso, a cada paso del caballo, Jorah sentía como el corazón se aceleraba. Cuando entraron en la bruma apenas podía ver nada, pero el lobo estaba cerca así que lo siguió.

Escuchó pasos yendo hacia él y alzó la espada. Los caballos arremetieron contra los muertos que estaban frente a ellos, aplastándolo bajo sus fuertes patas. Jorah movía la espada con maestría, ensartando a todos sus enemigos, mientras mantenía un ojo sobre el lobo, que decapitaba a los muertos con fuertes mordiscos de sus fauces.

Siguieron adelante, hasta que vieron un resplandor pálido a lo lejos, como la luz de un cristal bajo la luna. «Ahí están —pensó Jorah, con decisión— allí están».

Alzaron las armas, dispuestos a cargar contra el enemigo y en ese instante los Caminantes Blancos estuvieron al alcance y cientos de arañas pálidas surgieron de la nieve como setas, debajo de los dothrakis.

La carga se detuvo en seco, los dothakis dejaron de entonar gritos de valentía y comenzaron a alardear de terror y dolor. Una araña salió del suelo justo frente al caballo de Jorah, clavándole las ocho patas en torno al cuello del animal. El caballero cayó de su montura y otro arácnido se echó sobre él. Sintió como una pata del animal traspasaba la armadura y se clavó con fuerza en su cintura. La sangre brotó y él hundió con todas sus fuerzas su espada en la boca de la fétida criatura, haciéndola a un lado y pudiendo levantarse. Observó a su alrededor, como todos luchaban con todas sus fuerzas, con todo el valor que sus corazones eran capaces de conseguir. Estaban a retaguardia de la horda enemiga, la posición más peligrosa en ese momento y la más afortunada.

Alzó la espada y de una finta consiguió herir a una araña, para luego atacar, atacar y atacar. «Esto no puede detenernos, es ahora o nunca».

Aggo, que había aguantado en su caballo, lanzó una flecha a un enemigo cerca de Jorah.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora