Daenerys II

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La Reina Dragón y su hermano descendían por los empinados escalones de Rocadragón. La larga escalera tenía barandillas a ambos lados, formada por colas de dragones que se enrollaban entre sí como si fuese una gran hiedra.

Jon Nieve les había citado supuestamente para que viesen con sus propios ojos la gruta donde había encontrado el depósito de vidriagón con el que tanto soñaba, tanto que llegaba a parecer incluso que tenía una extraña y mórbida obsesión por aquél material. «No estaría obsesionado con él si lo que contase no fuese verdad —pensó Daenerys— No sirve para hacer armas ni es demasiado preciado en el comercio ¿Si los caminantes blancos no fuesen reales para qué los querría?» La sola idea de que las palabras del Rey en el Norte le asustaban. Ella tenía dragones, peros sus enemigos eran inferiores, eran hombres de carne y hueso, enfrentarse a demonios de leyendas pasadas era arena de otro costal.

—Estás muy callada —Dijo Daenon, con gesto desinteresado. Aún estaba enfadado con ella.

—Estaba pensando en todo lo que Jon Nieve dijo cuando llegó.

Daenon obviamente había sido informado de todo lo que el bastardo de Ned Stark había dicho cuando llegó a su castillo, y su reacción ante la noticia fue de más incredulidad aún que la de la propia reina.

—No me digas que crees en su cuento de los Otros, los muertos y los caminantes blancos. No es más que un cuento qaarthiense.

—No sé qué creer.

—Deberías dejar de lado a ese norteño y centrarte en la guerra. Vamos ganando, pero aún están muertos Jaime Lannister y Euron Greyjoy. Cuando nos encarguemos de ellos puedes ir al Norte, quemarlo, doblegarlo o lo que quieras.

—No quiero el Norte en llamas —Dijo la reina —Lo quiero intacto, pero de rodillas ¿Qué harías tú en mi lugar, hermano?

—Mataría a Jon Nieve —Dijo —Bueno, la palabra políticamente correcta sería "ajusticiar". Abandonó la Guardia de la Noche, una cofradía con juramento a perpetuidad. Siempre ha sido una ley del reino que abandonar la guardia en el Muro se castiga con decapitación. Eso haría yo.

—Entonces realmente el Norte se revelaría.

—Las rebeliones se aplastan y los desertores se ejecutan —Respondió Daenon. Ya habían llegado a la playa y siguieron el camino marcado por los dothrakis, ya al fondo, bajo un risco, se observaba a Jon Nieve, Davos Seaworth y a Tyrion Lannister. Los tres conversaban ­—Y veo que tu mano hace buenas migas con los traidores. Un desertor y un... ¿Qué era ser Davos? ¿Un pirata?

—Un contrabandista —Dijo Daenerys —Era contrabandista.

—Que encima ayudó a los sitiados en Bastión de Tormentas durante la rebelión. Felicidades, hermana, cada vez te rodeas de una compañía más egregia.

Daenerys se mordió la lengua. Su hermano no estaba hablando como de verdad lo hacía, estaba enfadado con ella, muchísimo porque ella lo había levantado del cuerpo de Melanthe cuando lo único que quería era llorarla. No era Daenon Targaryen quien hablaba, sino su odio. Pero tenía razón en algo, y eso era que Jon Nieve había roto un voto sagrado, y ser Davos se dedicaba al contrabando.

—Bueno... ¿Victarion ha dicho algo?

—Dijo que Euron capturó a Yara durante la batalla —Respondió él —Fue una auténtica masacre. Cayó sobre ellos en mitad de la noche, con catapultas y atacando por los flancos de la flota. Victarion y Theon han pedido permiso para poder preparar el resto de la flota.

—Seguiremos tu plan, hermano —Dijo la reina —Prepara los barcos para tender la emboscada a Euron y llévales el infierno.

—Como ordenes, mi reina.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora